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—¡Mónica!— Grité desde la cocina.

—Calla mujer. Calla o despertarás a Frida.— Dijo riendo. Su rubio cabello estaba todo desordenado y aún seguía en pijama, pero era normal considerando que acababa de levantarse.

—Lo siento.— Dije haciendo una mueca con la cara.— Ya he preparado tu café.— Estiré mi brazo ofreciéndole la taza que sostenía en mi mano y ella la tomó con una sonrisa.

—Gracias.— Se sentó en el sofá y comenzó a beber lentamente su café.— ¿Tú no quieres uno?— Preguntó dirigiéndose a mi. Negué con la cabeza y me acerqué para sentarme a su lado. Empezamos a hablar de trivialidades, pero a unos minutos de comenzar la conversación, Mónica se levantó repentinamente del sofá.— ¡Franco!— Me sorprendí ante aquel movimiento tan brusco, pero mucho más cuando nombró a su hijo mayor. Ese niño me daba miedo.

—¿Que sucede?— Pregunté colocando la mano sobre mi pecho.

—Debo despertarlo o llegará tarde al trabajo.— Dijo sonriendo a modo de disculpa.— ¿Tú debes ir al trabajo hoy, Elena?— Asentí y ella se alejó en dirección al cuarto de sus hijos.— En el armario de mi cuarto hay ropa. Elige la que te guste.— Gritó.

Escogí un vestido gris tubo y lo combiné con unos zapatos del mismo color. Até mi cabello en un moño alto y no utilicé maquillaje. Miré mi reflejo al espejo y me gustó lo que vi. Mónica mantenía una muy buena figura, por eso su ropa me quedaba bien, pero, por desgracia para mi, sus zapatos me quedaban un poco grande.

—Te ves genial.— Volteé para encontrarme con mi querida amiga y su pequeña bebé en brazos. Se acercó a mí y me la dió para que la sostuviera.

—¡Mónica!— Susurré lo más fuerte que pude. Ella volteó y me dedicó una sonrisa de disculpa.

—Tengo que alistarme cariño.— Salió por la puerta sin darme tiempo a decir nada.

La niña dormía, no era tan difícil no hacer ruido. Comencé a mecerla suavemente mientras caminaba a la cama para poder estar más cómoda.

—Elena, en el cuarto de los niños está la ropa. Viste a Frida.— Mis brazos se tensaron mientras procesaba las palabras de Mónica. ¿Que haga qué? Suspiré audiblemente y me encaminé a hacer lo que me habían ordenado. Entré a la habitación que estaba junto a la de mi amiga como si de mi casa se tratara, pero olvidé un detalle. Esta NO era mi casa.

—¡¿Pero qué haces?!— Preguntó Franco desesperado corriendo en mi dirección.

—¡¡Joder!!— Dije retrocediendo con los ojos cerrados. Al entrar me había encontrado con Franco en boxers caminando hacia su ropa. Tenía un buen cuerpo para su edad. Músculos trabajados, ojos grises acompañados por unas tupidas pestañas, cabello rubio... Éste chico sería perfecto si no fuera era su carácter. Debe de tener muchas chicas detrás suyo. Sacudí la cabeza para quitar aquellos pensamientos de mi mente y volteé para tocar a la puerta por la que acababa de salir.

—¿Franco?— Susurré. Gracias a Dios Frida no se había despertado por nuestros gritos segundos atrás, pero no quería tentar al destino. No recibí respuesta, así que volví a tocar, pero esta vez un poco más fuerte.— ¿Franco?

—¿Qué quieres?— Contestó el malhumorado adolescente.

—Perdón por lo de hace unos segundos, pero necesito ropa para Frida.— No recibí respuesta, pero escuché unos cajones abrirse y cerrarse justo después de mi comentario. La puerta frente a mi finalmente se abrió, permitiéndome ver a Franco vestido solo con un jean azul gastado, dejando a la vista su marcada tableta de chocolate.

—Ten.— Me entregó la ropa para Frida que tenía en su mano, con una delicadeza que me sorprendió. Desde que lo conocí nunca me había tratado así de bien. Estaba por agradecerle cuando la gran puerta se cerró casi golpeándome la nariz.

Dime tu nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora