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—¿Qué tal has estado hoy?— Preguntó la misma enfermera que venía siempre a hacerme los chequeos... ¿Sería la única enfermera de aquel lugar? Al menos eso parecía... En los ocho largos -infinitos, en mi opinión- días que había estado allí, siempre la misma chica, bajita, de tez oscura y ojos café, aparecía para hacerme los chequeos.

—Mejor que ayer.— Contesté con una sonrisa.

—Me alegro mucho de oírlo.— Asintió aparentando estar realmente feliz de haberlo hecho y comenzó a rodear mi muñeca derecha con el tensiómetro, que segundos atrás había tomado del carrito que siempre acarreaba con remedios, suero y otras cosas. Apretó algunos botones, y cuando el aparatito se hinchó, ella levantó la mirada y, una vez mas, sonrió. Tenía una linda sonrisa.— Tu presión está perfecta hoy, Elena.— Me quitó el pequeño artefacto de la muñeca y miró donde el día anterior supo estar el suero que ingresaba a mi sistema de manera intravenosa.— El suero te lo han quitado ayer, ¿verdad?

—Estás en lo correcto.

—Hablaré con el doctor. Creo que mañana mismo ya podrían darte el alta.— Dijo aún con aquella gran y bella sonrisa en su rostro. No sé si ella lo sabía, pero que siempre fuera tan positiva y agradable, me hacía sentir menos desdichada de lo que debería. Hacía que dejara de sentirme tan sola.

—¡Eso sería genial!— No me molesté en ocultar mi felicidad, estaba harta de estar postrada en aquel lugar sin poder hacer nada mas que esperar que alguien fuera a verme.

—Nos veremos luego.— Y, luego de saludarme con la mano, se retiró de la habitación.

Sola. De nuevo.

¿Alguna vez me acostumbraría a ello?

Intenté olvidar eso y comencé a pensar en otra cosa.

¡Me darían el alta!

Bueno... Era una posibilidad...

¿Por qué siempre he de ser tan pesimista?

Cerré los ojos e intenté imaginar a mis padres, sonriendo y orgullosos de mi.

—Lamento interrumpir.—...esa voz...— Debí haber tocado la puerta...

Abrí los ojos de par en par al escucharlo, pero me negué a quitar mi mirada del techo.

¿QUÉ HACE ÉL AQUÍ?

Mis nervios se tornaron tan intensos como irregular mi respiración.

¿QUÉ HACE ÉL AQUÍ?

Lo escuché carraspear, claramente dudoso de mi cordura. ¿Qué clase de persona fija los ojos en un punto ciego, respira como caballo agitado e ignora completamente a lo que sucede en su entorno? No alguien cuerdo, de seguro.

—¿Estás bien?— Escuché sus pasos acercándose lentamente a mi. Si tuviera puesto el aparato que toma mi pulso, ahora estaría pitando sin callarse ni por un segundo.

Luego de tomar una gran bocanada de aire, por fin me permití mirarlo.

Grave error.

Sus curiosos y atrapantes ojos me envolvieron por completo. El mas puro de los celestes brilló de manera enceguecedora cuando mi mirada encontró la suya. Verde y celeste.

Una intensa batalla de miradas se desató entre nosotros. Su celeste brillaba casi tapando el intenso color del verde, y este, a su vez, resaltaba por sobre el otro gracias a la vida y la alegría que transmitían. Cuando nuestros ojos se entrelazaban podía transportarme al mas puro de los paisajes: árboles verdes llenos de vida y pequeños animalitos, con el profundo e intenso cielo cubriéndolo todo con su gran resplandor.

Dime tu nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora