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—¿Todo en orden?— La voz de James me sacó de mis pensamientos, trayéndome de vuelta a la realidad. La terrible realidad.

—Si.— Mentí.

—¿Segura? Te noto distraída.— Quitó un mechón rebelde que había caído en mi rostro.

—Si, solo pensaba en qué haré mañana.

—¿Qué harás mañana? Si recuerdas que te di el día libre, ¿verdad?— Preguntó confundido.

—Me refería para el almuerzo. Ya que esta noche no preparé la cena y mañana no tengo nada que hacer, prepararé el almuerzo.

—¿Así que me esperaras para almorzar?— Su sonrisa me llenó el corazón.

—Lo haría todos los días solo para verte así de feliz.— Tomé su mano y la entrelacé con la mía, lo que no hizo sino ensanchar aún más su sonrisa.

—Eres lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo, ¿lo sabías?— Apoyó su frente en la mía y cerró los ojos, confiando plenamente en mi, tal y como yo lo hacía en él.

—Tú eres lo mejor que me ha pasado nunca.— Tristemente era cierto. Mis padres solían serlo, pero como todo en mi vida, se me fueron.

Estábamos en una posición bastante incómoda, ya que seguíamos en el coche, pero ese momento tan tierno lo valía.

—Llegamos.— Anunció separándose de mí.

—¿Debemos esperar a Francisco y a Ana?

—Pues me han dicho que estaban aquí hace ya...— Consultó el costoso reloj en su muñeca.— Pues hace cerca de veinte minutos.— Rió divertido.

—¿Qué es lo que te ha causado gracia?— Pregunté entrecerrando los ojos. Sabía que entre Ana y Fran sucedía algo, también sabía que James estaba al tanto de ello, lo que no sabía era ¿cuál era el maldito secreto que nadie quería contarme?

—Pues que ese tío está coladito por ti y yo lo he hecho venir con Ana.— Siguió riendo como un maldito condenado. Un maldito condenado con risa muy contagiosa.

—Ya para, debemos bajar.— Como siempre, el señor caballeroso, bajó del coche para abrir mi puerta y darme la mano.

Fue solo cuestión de segundos para que viera a la guapura de mi hermana. Impecable, como siempre, vestida con un short negro brillante de vaya a saber dios qué tela, una remera roja a croché tejida a mano por mi madre, que le quedaba tan ajustada como un corsé, y unos tacones de 15 centímetros del mismo color. Su siempre arreglada cabellera rubia estaba atada en un moño semi-despeinado. En el mismo segundo en el que nuestros ojos se cruzaron, comenzó a correr hacia con tal rapidez que temí que alguno de sus pies se doblara y terminara patas para arriba en el suelo.

Tras un efusivo abrazo en el que casi termino de espaldas en el medio de la acera, lo cual no sucedió gracias a que James me sostuvo por la espalda, finalmente se separó de mi para poder entablar una conversación civilizada que no incluyera chillidos ni saltos, ni mucho menos carreras en tacones.

—¡Vaya!— Silbó como suelen hacer los hombres que trabajan en una construcción cuando una mujer guapa pasa cerca.— ¡Pero mira lo preciosa que estás mujer!

—Así es, ¿no crees?— Un hombre, mi favorito, se acercó por mi espalda y me tomó por la cintura de esa forma tan adorablemente protectora que solía tomar frente a cualquier persona. Depositó un beso en mi mejilla casualmente en el mismo momento en que Francisco apareció detrás de Ana.

—Hola preciosa.— No se acercó, ni siquiera lo intentó en realidad, simplemente se quedó a un lado de Ana.

—¿Todo en orden, precioso?— La mano de James comenzó a ejercer una fuerza ligeramente mayor, como si estuviera intentando decirme algo, pero fuera lo fuese, esa no era la manera. Deposité de la forma mas disimulada posible mi mano sobre la suya y le di suaves toques para que aflojara un poco su agarre, al parecer lo entendió, porque en el momento dejó de apretar. Francisco pareció notar todo porque su mirada no paraba de viajar de nuestras manos a nuestros ojos.

Dime tu nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora