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El resto del trayecto fué silencioso. Unas cortas miradas por mi parte y sus penetrantes ojos clavados en mi todo el tiempo durante los 15 minutos del viaje.

La limusina frenó y miré el restaurante que había frente a nosotros. Una gran entrada de cristal y unos ventanales permitían ver lo justo y necesario para saber que era un restaurante para gente sofisticada. Fallen Angel: de día un restaurante familiar, de noche uno de los más formales y caros de todo Madrid. Semanas atrás había visitado este lugar junto a Francisco para almorzar con el galán que tenía a mi lado. Salí de la limusina y caminé hasta la acera. El chofer bajó del coche y caminó hasta la puerta de James para luego abrirla. El guaperas salió de la limusina parándose a unos centímetros de mi, acomodándose los botones del traje y mirándome con una ceja enarcada.

—Si sabes que le pago para eso, ¿verdad?— Lo miré confundida sin entender a qué se refería exactamente.— Al chofer.— Aclaró rodando los ojos, algo no muy educado para alguien como él. Inmediatamente lo comprendí. Salí del coche sin esperar a que me abrieran la puerta. Me sentí estúpida unos segundos hasta que usé el cerebro.

—Si sabes que tenemos manos y piernas para usarlas, ¿verdad?— Lo miré con una ceja enarcada y el sonrió levemente.

—Con todo el dinero que tengo nena, podría pagarle a alguien para me cargue todo el día.— Sonrió con chulería. La forma en la que presumía sobre su dinero me pareció repugnante.

—¿Y por qué no le pagas a alguien para que cene contigo en vez de obligarme a mi a hacerlo?— Me miró unos segundos en silencio analizando mis palabras.

—Yo no te he obligado.— Frunció el ceño.— Solo he dicho que cenarías conmigo, tú accediste. Podrías haberte negado y no haber venido.

—¿Para que luego me amenazaras con denunciarme por invadir tu propiedad o con que me despedirías si no lo hacía? Me ahorré un paso.— Sus cejas se unieron en un gesto de confusión y sus ojos se volvieron un turbulento océano. Se acercó lentamente a mi y acarició mi mejilla con su mano derecha. Estaba muy cerca de mi, demasiado.

—Esa fué mi forma de invitarte a cenar, nunca haría eso que has dicho.— Pude ver cómo aquel mar que eran sus ojos, encontraba lentamente la calma.— Me intrigas. Quiero saber más de ti.— No pude resistirme a aquellas palabras y caí en su encanto.— Ahora, ¿me harías el favor de cenar conmigo?— Sonreí sorprendida ante aquel repentino cambio de actitud y asentí. Me ofreció su brazo y agarrado a él, entramos al restaurante.

El maitre con solo ver pasar a James por la puerta se acercó a nosotros y nos guió a nuestro lugar. Me llevé una gran sorpresa cuando pasamos todas las mesas y seguimos caminando hasta un jardín que había cuando te adentrabas más en el restaurante. El lugar era fascinante. Cuatro carpas con techos blancos y paredes transparentes ocupaban las esquinas del lugar. En el centro del jardín, una hermosa fuente que tenía como forma dos cisnes con sus largos cuellos enredados y con sus perfectamente esculpidos picos por los que se filtraba un pequeño hilo de agua, le daba un toque sofisticado. Alrededor de ésta, unas sillones de exterior decorados con almohadones, permitían sentarse y admirar la belleza de aquel lugar. El cesped era de un color verde que denotaba el exelente cuidado que le daban. Los arbustos de rosas rojas le daban el toque justo de color que hacía falta. James se frenó justo frente a mí y admiró mi reacción al ver lo que tenía frente a mis ojos. ¿Cómo es que nunca antes había escuchado de éste lugar?

—¿Estás bien?— Moví mi hipnotizada mirada hasta sus ojos para percibir un atisbo de preocupación.— Te has puesto pálida de repente.— No pude contestar. Solo admiré todo lo que me rodeaba.— Ven.— Me ofreció su mano y la tomé.

Dime tu nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora