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Ya era domingo y era hora de largarme de ese lugar. No había comido nada en esos dos días y tenía mucha hambre. Eran las 18:34 y tenía miedo de salir.¿Por qué? Simple: Marcos. No estaba segura en ningún lugar con ése hombre suelto.

Tomé a Hanna en brazos y me colgué el bolso de Mónica en los hombros. A cada paso que daba, mis piernas se parecían más y más a una gelatina. La señora de recepción me sonrió cuando pasé a su lado, y yo hice lo mismo.

—Llegamos.— Suspiré y le di al chófer los últimos 10 euros que me quedaban. Bajé del coche y me encontré con el gran edificio en el que vivo.

—Estoy lista.— Cerré los ojos e inspiré hondo. Comencé a caminar, pero una voz detrás mío me hizo parar mi andar.

—¿Realmente lo estás?— Mi cerebro se paralizó, al igual que mi corazón y todas mis extremidades. No podía moverme, y no recuerdo si respiraba o no, solo recuerdo aquella voz retumbando en mi cabeza sin cesar.

—¿Qué haces aquí?— Cerré mis ojos y los apreté como si así pudiera evitar que todo aquello sucediera, como si pudiera hacerlo desaparecer y seguir mi camino, pero no. Por mucho que lo haya intentado, nunca pude hacerlo.

—He estado aquí esperándote.— ¿Has estado aquí todo el fin de semana?— Y si. Desde que te fuiste no me he movido de aquí.— Dijo. Parecía leer mi mente.— He estado aquí esperando una llamada, un mensaje, algo... Pero nunca llegó.— Su voz era un suspiro casi inaudible para mi, pero pude detectar dolor y angustia en ella. ¿Angustia? ¿Pero de qué? Saqué fuerzas de donde no las tenía y volteé para poder hablarle frente a frente.

—James.— Levanté la mirada del suelo para ver sus preciosos ojos celestes, pero mi sorpresa fue mayúscula al ver su rostro. Una barba de dos días se asomaba y cubría gran parte de su rostro. Los preciosos diamantes que tenía por ojos, parecían torturados y desolados. Debajo de ellos unas ojeras negras se hacían presentes. ¿Realmente ha estado aquí estos últimos dos días? ¿Pero por qué? No somos nada más que... ¿Qué somos? ¿Pareja? ¿Amantes? ¿Amigos con derecho? Suspiré ante el caos que había en mi cabeza.— ¿Qué haces aquí?— El dolor de cabeza que tenía siempre que estaba bajo mucho estrés se empezó a hacer presente, por lo que froté los dedos contra mis sienes, intentando calmarlo.

—Estoy aquí por tí.— Acercó su mano a la mía, pero la alejé rápidamente.

—¿Pero tú que crees, tío?— Levanté mis cansados ojos hasta los suyos.— La vida no es un cuento de Disney.— Furia injustificada empezó a crecer en mi, sin siquiera darme tiempo para frenarla.— No soy la princesa que necesita ser salvada por un príncipe azul.— El intentó acercarse, pero yo me alejé dando dos pasos hacia atrás.— Lo único que falta ahora es que digas que te has enamorado de mi luego de dos simples revolcones.— Grité fuera de mis casillas.— Pero si es que ni siquiera sabés mi nombre.— ¿Pero qué mierda te pasa? Me gritaba mi subconsciente, pero lo ignoré y continué.— He vivido toda mi puta vida de esta manera, y no has logrado hacer nada más que empeorarlo.— Las lágrimas se acumulaban en mis ojos. ¿Por qué estaba diciendo cosas tan hirientes a éste hombre que sólo había querido ayudarme? Pude ver en su rostro reflejado el dolor que le causaban mis palabras, pero eso no pudo detener a mi gran bocota.— Vete por el mismo lugar por el que has venido y déjame en paz de una buena vez.— James escaneó mis ojos en busca de algo que no encontró, y, luego de que todas sus facciones se endureciera, solo relajó su rostro y sonrió con amargura.

—¿Sabes?— Su mirada estaba clavada en el suelo, pero aún así pude notar su tristeza.— El sigue ahí arriba.— Mis ojos se abrieron de par en par al entender el significado de aquellas palabras. Negó con la cabeza y, antes de voltear para irse, me dedicó una desolada mirada.— Suerte.— Se alejó de mi, dejando​ un terrible vacio en mí que no pude comprender. Miré a mi alrededor y pude ver a mucha gente amontonada apreciando aquél espectáculo y, sin poder evitarlo, las lágrimas comenzaron a correr por mi rostro. Corrí lo más rápido que pude al hall del edificio mientras todos a mi alrededor hacían comentarios que no me interesaba escuchar. Pasé por las puertas de mi edificio y no me detuve hasta llegar al ascensor.

Dime tu nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora