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Llevaba tres archivos y ya era la hora del almuerzo. Vi a Fran salir de su despacho y acercarse lentamente a mi. Hice como si no lo hubiera notado y seguí concentrada en el trabajo.

—¿Almorzarás conmigo?— Preguntó sentándose en la punta del escritorio, demasiado cerca para mi gusto.

—No, yo... Tengo mucho que hacer y...— Me interrumpió.

—Ven a almorzar conmigo y luego te ayudaré con eso.— Es que no debería Hacelo yo, a ti te han encargado este trabajo. Las palabras luchaban por salir de mi boca, pero me contuve. Ajeno a mis pensamientos, él me miró a la espera de una respuesta, y al no obtenerla, continuó.— Ya sabes... Cuatro manos trabajan mejor que dos.— Dijo sonriente. No podía rechazarlo, era mi mejor amigo hombre... O mas bien, mi único mejor amigo y si lo pensaba bien, no tenía mucha justificación enojarme por encontrarlo follando con alguien. La imagen que pasó por mi cabeza me resultó muy desagradable, así que la descarté.

—Vale.— Rodé los ojos.— Pero tu pagas.— Lo señalé con el dedo indice en forma de amenaza.

—En tanto no pidas la comida mas cara del lugar...— Sonriendo, se levantó y se dirigió al ascensor. A unos pocos metros de distancia su andar se detuvo al no escuchar mis pasos detrás suyo. Intrigado, se dió la vuelta y me miró con una ceja levantada.— ¿No vienes?

—Solo si me dejas elegir el lugar.— Sentencié decidida. Me miró unos segundos y vi la duda pasar por sus ojos.

—En tanto no sea uno de esos restaurantes pijos a los que quieres que te lleve...— Junté mis manos, entrelacé mis dedos e hice puchero, pero él negó con la cabeza riendo.— Iría solo por ti Ele, pero tengo hambre y odio la comida que sirven en esos lugares.— Una sonrisa de disculpa se formó en su rostro.— Soy más de la comida rápida, o la que hace mi madre.— No pude evitar reír al escuchar aquello. Por lo que tenía entendido, la madre de Fran era viuda desde los 26 años, su esposo Ricardo García, dueño de  García Records, había muerto de un infarto al corazón un día que se había quedado trabajando hasta tarde para resolver unos asuntos de su empresa. Desde entonces, Maria se las había apañado para criar a sus cuatro hijos sola siendo incluso un año menor que yo.— Por cierto, no deja de repetirme que quiere conocerte.— Me puse en pie y caminé hacia donde él aguardaba parado. Me ofreció su brazo izquierdo para que me aferrara a él, y yo lo hice gustosa.

—Cuando me invites, con gusto iré a conocerla.— Levanté la cabeza para poder verlo a los ojos. Era un poco más alto que yo, pero no demasiado.

—Vale, prometo invitarte a la próxima cena familiar.— Dijo riendo y negando con la cabeza.

Bajamos en su ascensor y, tras saludar a Alvaro, salimos del edificio.

—Hoy me apetece caminar ¿te parece bien Ele?— Algo extraño pasaba, el siempre me llamaba "preciosa" y hoy no lo había hecho ni una vez.

—Llevo tacones.— Hice una mueca de disgusto.— Pero hagámoslo, me gusta caminar por las calles de mi preciosa ciudad.— Fran rió y comenzamos a caminar.

—Nunca he entendido porque amas tanto este lugar.— Miró a su alrededor, a la gente que se empujaba sin pedir permiso para no perderse uno de los pocos momentos que tenían para descansar en el día.— La gente siempre es grosera, es una ciudad llena de edificios por los que rara vez se filtra el sol, y todos ellos son tan altos que tendrías que ir al piso 40 para poder tener una buena vista.— Me miró mientras caminábamos tomados del brazo a la espera de mi respuesta.

—Es que tú solo ves lo malo. La gente que yo conozco no es para nada grosera, y si lo dices por esta gente— Señalé discretamente a nuestro alrededor.— Podrán ser groseros ahora, pero porque están ocupados, estresados y preocupados, pero estoy segura de que si los encontraras en algún otro lugar, cuando estén mas relajados, verías que son majos. Los españoles somos, en su mayoría, muy buenos.

Dime tu nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora