~26~

53 2 0
                                    

—No te atrevas a decirle nada.— Unas voces susurrando me sacaron de mi dulce sueño. Mi cerebro, aún un poco adormilado, tardó en procesar las palabras, pero cuando finalmente lo hizo, la curiosidad invadió cada fibra de mi ser.

—¿Qué harás si lo hago?— Reconocí esa voz como la de Ana. ¿Que pasa?

—¿Si haces qué?— Pregunté abriendo finalmente los ojos. No sirvió de mucho, la habitación seguía a oscuras. Lentamente y con cuidado, ya que mi cuerpo estaba aún más dolorido que antes, me senté en la cama. No pude evitar que una mueca de dolor se formara en mis labios. Toda mi cara dolía, mejillas, ojos, labios. Mi espalda se sentía como si un camión hubiera pasado sobre ella, y todo gracias al fuerte impacto que tuve cuando Marcos me empujó al suelo.

—Hola, preciosa.— Dijo Fran encendiendo la luz.— Lo siento, ¿te hemos despertado?

—A decir verdad, no.— Mentí.— ¿De qué hablaban? ¿Qué hora es? ¿Qué día es? ¿Cuánto tiempo he dormido?

—Tranquila cachetona.— Ana se acercó a mí y mi corazón empezó a latir con fuerza. ¿Acaso me había llamado "cachetona"? ¿Significaba eso que ya no estaba enojada? Una gran sonrisa se formó en mi rostro, pero se borró en cuestión de un segundo. Sentí un agudo e intenso dolor en mi ojo, e instintivamente llevé mi mano hasta él, cubriéndolo.— Si, tienes un feo moratón allí.— Escuché la puerta abrirse y cerrarse, pero no le di importancia puesto que supuse que Fran se había ido a por un bocadillo o a su casa. Ana sentó a mi lado y me sonrió justo antes de quitar un mechón de pelo que había caído en mi rostro.— Se irá en unos días. ¿Tienes hambre?— Negué con la cabeza, pero sabía que Ana no se rendiría tan fácilmente. Traería la comida y si fuera necesario la trituraría con sus propios dientes con tal de que la comiera.— Sabes que eso no me importa.— Una sonrisa cubrió nuestros rostros, y mi corazón dió un vuelco de alegría. Mi Ana había vuelto. Mi mejor amiga, mi confidente, mi hermana, ella seguía ahí cuando la necesitaba, y eso me llenó de felicidad.

—Con permiso.— Una joven morocha de ojos negros ingresó a la habitación con una dulce sonrisa. A pesar de lo descortez e inapropiado de su entrada, su sonrisa me hizo sentir confianza hacia ella en el segundo en que la vi.

—Disculpe, señorita.— Dijo Ana poniéndose en pie. Detecté su estado de alerta en el momento en el que saltó de la cama para acercarse a la muchacha marcando una notable distancia entre ella y yo.— Esta es una habitación privada.

—Elena Fernandez, ¿verdad?— Me señaló con el bolígrafo que sostenía en su mano derecha justo antes de llevarla a sus labios y atraparla entre aquellos blancos dientes.

—¿Disculpe?— ¿Quién era esta mujer y cómo sabía mi nombre?— ¿Quién es usted?— El hecho de que me conociera me inquietaba, pero seguía sintiendo aquella confianza que, por entonces, me parecía estúpida.

—Oh, lo siento.— Sonrió dulcemente.— Que tonta soy.— Se dió un suave golpe con el bolígrafo en la sien.— Mi nombre es Camila Gomez, un gusto.— Intentó acercarse a mi para estrechar mi mano, pero Ana se interpuso en su camino, impidiendo que se acercara mas a mi, cosa que agradecí infinitamente ya que no podía alejarme de aquella mujer en caso de que intentara hacerme algo.— Solo iba a... Olvídalo.— Dijo rodando los ojos. Vaya, no la conocíamos y ya se comportaba como una cría.— Me contrataron para cuidar a la señorita Fernandez durante su estadía aquí. No han de pagar ningún servicio, la persona que me ha contratado se ha encargado de todo, e incluso me ha ordenado cargar todos los gastos a su tarjeta. Lo que sea que necesites... Comida, ropa, revistas, un delfín... Me ha dicho que he de cumplir todos tus caprichos y/o necesidades.— Mi cara era todo un poema, pero mi sorpresa fue mayor al notar que la de Ana no era igual. A ella no le sorprendía, al contrario, se lo esperaba.

Dime tu nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora