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Me levanté de un salto y salí corriendo en dirección a los ascensores.

—¿Preciosa...?— Escuché gritar a Francisco detrás mio, pero lo ignoré y seguí con lo mío. Mientras calculaba cada paso para no caer con los tacones, pensaba en qué haría cuando llegara al despacho de James.

¿Le preguntaría por qué el abogado de mi padre lo visitaba? ¿Le confesaría que sabía lo del contrato?

Mientras subía decidí que la mejor opción era no decir que sabía su secreto y esperar a que tomara su decisión: dejarme y pagar el precio o seguir conmigo.

Yo no quería quedarme con su empresa, yo solo lo quería a él.

El ascensor hizo el ruido que indicaba que había llegado y al instante las puertas se abrieron, permitiéndome salir a trompicones de allí. No me importó que se quedaran viéndome, ni los susurros que podía oír a mi alrededor, simplemente seguí corriendo... Hasta que por fin llegué a la puerta de su oficina. El cristal estaba oscuro, lo que significaba que estaba teniendo una conversación privada de la que no quería que nadie se enterara. Toqué tres veces, pero no recibí respuesta. Esperé un poco, pero al cabo de cinco minutos ya estaba perdiendo la cordura. Estaba por tocar de nuevo cuando la puerta se abrió y el cristal volvió a ser transparente. Salió del interior el señor Prada.

—Un gusto verla de nuevo.— Me dedicó una sonrisa triunfante.— Próximamente recibirá una llamada de mi secretaria para acordar una cita, tengo algunas cosas que discutir con usted.— Miró hacia atrás, se despidió de James  con una simple inclinación de cabeza, dió media vuelta y lo seguí con la mirada hasta que desapareció en el ascensor.

Entré a la oficina, cerré la puerta detrás mío y observé a James. Se encontraba con la cabeza hundida en sus manos, tirando de su sedoso cabello. Me acerqué y apreté el botón que oscurecía los cristales, no quería que todo el mundo se enterara de lo que podía ocurrir ahora.

—¿James?— Estaba frente a él del otro lado del escritorio. Él solamente levantó la mirada, la mantuvo unos segundos y volvió a su posición inicial.

—No es momento, vete por favor.

—No me iré. Dime que te ha sucedido.— Confirma lo que ya sé.

—No. Es. Momento. Ve. Te.

—No me iré.— No pensaba dejarlo así, y menos si era por mi culpa.

—¡¡DÉJAME SOLO ELENA!! ¡JODER! ¿ES QUE ACASO NO ENTIENDES ESPAÑOL?— Se puso en pié, apoyando sus manos en el escritorio y gritando como un maldito desquiciado.

—Tú...— No podía ni decirlo, porque no podía creerlo.— Tú sabes mi nombre...— Susurré.

—¡Si! Se tu jodido nombre Elena Fernandez, lo sé.— Se sentó en su enorme silla y volvió a esconderse en sus manos, como si eso pudiera alejarlo de los problemas, como si eso hiciera desaparecer el mundo.

—Yo... Lo siento...— Rió sarcásticamente.

—Dime.— Levantó la mirada.—  Dime qué es lo que lamentas.— No contesté, no pude. Lamentaba tantas cosas que no terminaría de nombrarlas nunca.— ¿Lamentas hacer que me acostara contigo sabiendo que tu padre me lo prohibió? ¿Es por eso por lo que no querías decírmelo?— Sus palabras dolían, pero las merecía, así que simplemente seguí escuchando como decía lo que sentía.— ¿Ha sido por eso o por el contrato que tenía con tu padre?— Que admitiera lo del contrato me tomó por sorpresa, y creo que él lo notó, porque sonrió como el mismísimo gato de Alicia en el País de las Maravillas.— ¿Tú lo sabías? Lo sabías, ¿no es así?

—¿Qué? ¿De que estás hablando James?— No podía decirle que si lo sabía... Pensaría que habría planeado todo para quedarme con parte de su empresa. Yo no quería nada de lo que había acordado con mi padre, solo lo quería a él. De verdad le quería.

Dime tu nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora