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¿Qué pretendes de mi James? ¿Saldrás de mi vida de una vez por todas? Pero más importante ¿Quiero yo que te vayas?¿Por qué me preocupo por eso teniendo problemas con mi psicópata ex-novio? ¿Qué haré con él?¿Cómo ha conseguido entrar en mi casa? ¿Como lo averiguaré? ¿Qué coño querrá? ¿Me dejará alguna vez en paz?¿Y qué haré con mi coche? ¿Por qué coño debía romperse ahora? ¿Por qué cuando alguien necesita un café nadie se da cuen... Alguien me tocó el hombro sacándome de mis pensamientos. Saqué mis manos de mi cara y con la vista un tanto borrosa distinguí a Fran.

—¿Durmiendo en horas de trabajo señorita Fernandez?— Sonreí, al igual que él.

—Claro que si señor García. Espero que no le moleste.— Le guiñé un ojo.

—Claro que no.— Dijo devolviéndome el guiño.— Has llegado temprano, ¿Que te ha pasado?— Su sonrisa se ensanchó.

—Ja. Ja. Ja. Graciosillo.— Lo fulminé con la mirada, pero no pude evitar que una sonrisa asomara a mis labios. Él soltó una carcajada.

—Me alegro de haberte sacado una sonrisa. Toma.— Me tendió la mano en la que no había notado que llevaba un café.— Lo siento,no tenían cruasanes.

—Mentiroso. El problema ha sido que eres tan avaro que no has querido comprarme uno.— Ambos nos reímos durante un momento, hasta que de repente noté como su cara empalidecía lentamente hasta quedar blanca. Créanme que no exagero. Se puso blanca como cuando vez una avalancha que va a caer inevitablemente sobre ti. Dirigió su mirada hacia mi y luego la volvió al lugar de antes. La risa fue reemplazada por la curiosidad. Quise saber a qué se debía aquello y miré en la misma dirección. Estoy segura de que mi cara quedó peor que la de Fran. Allí saliendo del ascensor y dirigiéndose hacia donde yo me encontraba estaba mi perdición. ¿Qué te hizo pensar que tendrías la suerte de que no lo descubriera Elena? me dijo mi subconciente. A tan solo unos metros de mi se encontraba James. Mi desesperación crecía con cada uno de sus paso por el precioso piso de mármol. Él mantenía la cabeza gacha. Parecía perdido en sus pensamientos, completamente concentrado en algo. Mientras tanto, yo estaba completamente en shock. Creo que por mas que hubiera tenido una idea no podría haberla llevado a cabo.

—¿Y bien preciosa? ¿Dejarás que te descubra? ¿Ya no te importa?— Dirigí mi mirada hacia Fran.

—¿Qué hago?— Pregunté en un susurro, totalmente desesperada.

—Vete a mi despacho y escóndete allí. No te verá. Está demasiado entretenido mirando el suelo como para notarlo.

—Vale.— El pánico invadió mi cuerpo. No se cómo pero logré llegar a mi destino más rápido de lo que esperaba. Cerré la puerta tras de mi procurando hacer el menor ruido posible. Me apoyé en ella y me deslicé al piso con los ojos cerrados, intentando relajar mi acelerado corazón. Al abrirlos pude apreciar el hermoso despacho de mi jefe. Contaba con un baño personal y una hermosa y amplia ventana que daba una vista espectacular de mi querido Madrid, supongo que además de eso debe de haber tenido algunos otros lujos que no habré notado. Los beneficios de ser el vicepresidente de una empresa multimillonaria, supongo. Tenía un piso de mármol pulido a la perfección, de color beige. Las paredes en el mismo color. Un amplio escritorio de... ¿Caoba? Creo que eso era; lleno de chucherías. Alguna que otra foto suya con sus amigos y una de nosotros de cuando fuimos a la playa en Tenerife hace dos semanas. Habíamos ido nosotros con Ana y Rodrigo, un amig... Aman... Amanmigo, digamos, de mi mejor amiga. Ella me había pedido que la acompañara, pero yo no quería estar sola en mi cama mientras ella se enrollaba con aquel tío en su habitación, así que tenía que invitar a alguien. Digamos que mi lista de amigos no es la mas amplia del mundo, pero es porque antes que tener falsos amigos, prefiero tener tan solo unos pocos. Así que era Fran, mi jefe, o Abel, el recepcionista de mi edificio con el que cruzaba un simple "hola" cada vez que pasaba por el hall de entrada. El hecho de haber roto mi regla de no relacionarme con jefes estuvo justificada en aquella ocasión. Mientras, como yo había predicho, Ana estaba en su cuarto con su amigante, Fran y yo paseamos por la playa, hicimos excursiones marítimas, senderismo, y visitamos muchas tiendas. Lo que yo más disfruté fue nuestro último día en la playa. Yo hice surf con Fran, mientras Ana tomaba sol en topless, sospecho que para provocara Rodrigo, pues media hora después ya no estaban en la playa. Mientras ellos estaban quién sabe dónde haciendo quién sabe qué, yo disfruté del mar, y por disfrutar me refiero a que el ochenta por ciento del tiempo me lo pasé cayéndome de la tabla de surf, tragando agua salada y observando como se tronchaba de risa mi amigo con cada una de mis caídas.

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