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Son las siete de la tarde ; he quedado con Alexander dentro de quince minutos.

Me permito descansar un poco más, tumbada sobre la cama, hasta que decido que ya es hora de levantarme o acabaré llegando tarde.

Dejo el pijama sobre la cama y me pongo unos vaqueros color cielo, casi blanco, y una blusa de tirantes de un tono mucho más oscuro, para contrastar. Recojo mi cabello en una cola alta, exceptuando los mechones delanteros, que los dejo caer sobre mi cara.

Me despido de Luke y Nathan, que son los únicos que están en la Sala Común, y camino tranquilamente por el bosque en dirección al complejo.

Respiro el aire fresco, dejando que el viento juegue con mi pelo.

Saludo al guardia que vigila la puerta del edificio antes de entrar. Me pregunto si se requerirá algún tipo de cualificación para ese trabajo, si solo se lo dan a osados transferidos para que al menos tengan un mínimo de preparación, o si el hombre está ahí de decoración más que como de otra cosa.

Bajando la cabeza para que no me reconozca mucha gente, subo las escaleras que dan a las habitaciones.

La mayoría de los eruditos viven en el Aglomerado, fuera del complejo, pero a los intructores, líderes y vigilantes se les permite dormir aquí.

Algunos me miran raro mientras cruzo el pasillo, probablemente preguntándose que hace una iniciada paseándose por los dormitorios.

Llego al apartamento de Alexander, y toco tres veces la puerta con los nudillos de la mano derecha.

Espero unos segundos, pero nadie contesta, así que vuelvo a insistir.

Esta vez, se escuchan algunas risas y pies correteando por el suelo. Me cruzo de brazos cuando un Alexander despeinado y sin camiseta abre la puerta.

- ¿ Elisa ? - me mira confundido - ¿ Habíamos quedado ?

- Sí, a y cuarto - frunzo el ceño decepcionada - ¿ es que se te había olvidado ?

- ¿ Lo siento ? - se disculpa con una sonrisilla.

- ¿ Quién es, Alex ? - escucho una voz preguntar de fondo, en su habitación. Una voz que reconozco muy bien.
Y en efecto, lo confirmo cuando Milicent se asoma por la puerta en ropa interior.

Suelto una exclamación sorprendida y miro a Alexander esperando una explicación. Una explicación que no existe, porque no la hay.

- Mira cielo, yo no podía estar esperándote para siempre, ¿ lo entiendes ? - es lo que dice él, abrazando la cintura de la instructora con una sonrisa ladeada - tengo mis necesidades, y si tú no estabas dispuesta... pues lo estaría otra, así de fácil.

- Capullo egocéntrico - lo miro negando con la cabeza, sin poder creerme lo que acaba de decir. Él solo sonríe arrogante.

Me lo advirtieron. Y no hice caso.

Incluso yo, en el fondo, sabía que no era una buena persona. Pero decidí ignorar eso, y así hemos acabado.

Les dirijo una mirada de asco, a los dos, antes de echar a andar por el pasillo, para alejarme lo más rápido posible de la escena que acaba de ocurrir.

Una idea pasa por mi cabeza, y me detengo para dar media vuelta. Vuelvo a su puerta, y llamo esperando a que abra.

- ¿ Para qué has vuelto, Elisa ?- me mira confundido, apoyado en el marco de la puerta.

Sonrío inocentemente.

- Para esto - contesto poniéndome seria, y lanzo mi puño hacia su cara con todas mis fuerzas.

Parece que no me ha hecho falta entrenamiento osado, porque Alexander grita de dolor, y yo le cierro la puerta delante de su atractivo rostro, alejándome en dirección al Aglomerado.

Ahora sí puedo irme satisfecha.

ERUDITEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora