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Tras decirle a Caleb lo que voy a hacer, y después de escucharle decir mil veces que no es una buena idea, salgo del complejo.

Tengo que caminar unos quince minutos para dejar la sede de Erudición atrás.

Siguiendo las vías del tren, llego a la parada más cercana.

Me parece extraño que papá me haya aconsejado que incumpla las normas (salir sin un Miembro de la Facción), pero la verdad, me alegro de que lo haya hecho. No me veía capaz de aguantar hasta el final del día.

Las vías tiemblan, anunciando la llegada del tren, que disminuye cada vez más su velocidad hasta pararse por completo.

Pulso el botón para abrir la puerta del vagón, y agarrándome del asidero pego un salto y estoy dentro. No sé como los de Osadía pueden subirse sin que se detenga.

Con un pitido, la puerta vuelve a cerrarse, y comenzamos a movernos, con un suave traqueteo.

No me siento en todo el trayecto, si no que me limito a observar la ciudad de Chicago a través de la ventana.

Dicen que somos los únicos supervivientes del Cataclismo.

Si eso es cierto, no sé porqué permanecemos aquí encerrados, no sé porqué existe La Valla.

Algunos sostienen que fuera de la ciudad, aún quedan restos de radiación, y que si saliéramos, moriríamos. Aunque eso sigue sin explicar porque vivimos rodeados por un muro de alambres.

Apenas me doy cuenta de cuando llegamos a Abnegación, y a punto estoy de perder la parada y tener que esperar durante horas hasta que el tren vuelva a pasar por ese lugar.

Pero por suerte, aún estoy a tiempo, así que consigo bajarme donde quiero.

Erudición y Abnegación se han vuelto Facciones enemigas, y aunque sé que los abnegados no me harían nada, decido no adentrarme en su territorio.
Es mejor no molestar a nadie.

Así que camino por las calles próximas a las primeras casas grises.

Cuando me canso, me siento en el suelo, en la tierra. Ahora mismo, lo que menos me importa es mancharme los pantalones azules.

Respiro profundamente.
Por fin estoy sola.

Papá tiene razón, aquí reina la tranquilidad.

Ahora que nadie puede verme, dejo salir todo lo que he guardado dentro, y empiezo a llorar.

Unos pasos caminan sobre la tierra.

Maldigo con los ojos cerrados.

No es justo. Nathan tenía un buen puesto, y él y Luke han tenido que arruinar su vida por ser divergente.

¿ Por qué les tienen tanto miedo ? ¿ Qué puede hacer un chiquillo como Nathan contra todo un sistema, contra toda una Facción ? Es absurdo.

Tengo ganas de chillar, de romper algo, de huir de aquí, lejos.

- ¿ Está bien, señorita ? - pregunta una voz, a la que ignoro.

No quiero hablar con nadie. Quiero estar sola.

Jamás me había sentido tan decepcionada con la vida que me rodea.

Trato de respirar tranquilamente, trato de relajarme, pero no funciona.

Una mano se posa en mi hombro, como para transmitirme apoyo, y entonces, exploto.

- ¿¡ Quieres dejarme sola ?! - grito histérica apartando al desconocido de un empujón - ¡ No todo el mundo necesita que le ayuden, estirado !

El abnegado me mira dolido, y me arrepiento de haberle hablado así.

Estoy a punto de disculparme, pero él se adelanta.

- Estás equivocada - dice sin alterarse - Todo el mundo necesita ayuda, pero no todos deciden aceptarla. En la iniciación de Abnegación se enseña una cosa ; El primer paso para ayudar a los demás, es ayudarse a uno mismo.
Perdónate, olvida todo lo que podrías haber hecho, deja atrás la culpa. Solo así conseguirás seguir adelante.

El abnegado se queda un rato mirándome en silencio, hasta que se da la vuelta, y sin decir nada más, se va.

Vuelvo a estar sola, pero con la diferencia, de que ahora me da miedo estarlo.

Quedarme sola, mi culpa y yo.

ERUDITEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora