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Dejo de gritar, el viento se lleva mis palabras.

Respiro profundamente, llevándome las manos a la cabeza y apartando mi pelo de la cara.

- ¿ Mejor ? - me pregunta el abnegado, aún sentado en el suelo.

Me vuelvo hacia él con una pequeña sonrisa, y me siento a su lado.

- Mejor- confirmo con un suspiro. Tras un momento de silencio, le digo - Gracias. Y perdón por tratarte así la última vez.

- No te preocupes - hace un gesto quitándole importancia - A menudo se paga el enfado con quien no se debe.

Asiento con la vista clavada en el suelo, y él se levanta.

- Bueno, tengo que irme- dice, y tras mirarme unos segundos, echa a andar.

- Espera - lo llamo indecisa,y él se da la vuelta confundido - ¿ Puedes quedarte aquí ? No quiero estar sola.

El abnegado mira sus propias manos, como pensando.

- Tengo turno con los abandonados esta tarde... - se excusa, pero yo insisto.

Necesito distraerme, si se va y me quedo sola, sé que no dejaré de pensar en mamá, y no quiero volver a llorar.

- Por favor - le pido haciendo un pucherito - necesito tu ayuda.

Él suelta una risa y se acerca.

- Sabes que los abnegados siempre debemos de ayudar a los demás. Eso es extorsión- me reprocha sentándose, y yo sonrío encogiéndome de hombros.

Ahora que ya no estoy cegada por la ira, o el dolor, lo observo como si fuera por primera vez.

Aunque está sentado, sé que es alto, debe de sacarme casi unos veinte centímetros.

Tiene el pelo de un tono cobrizo, de esos marrones que parecen tener reflejos pelirrojos.

Sus ojos son de color miel, quizás algo más oscuros.

Al igual que la mayoría de los abnegados adultos, tiene barba de unos días, pero a diferencia, a él no le hace parecer desaliñado, a pesar de sus viejas vestiduras grises.

- Soy Elisa Paxton, por cierto - reacciono tendiéndole la mano, que enseguida retiro con una sonrisilla culpable.
Prohibido contacto físico.

Él ríe e inclina la cabeza.

- Cayden Dimst - se presenta.

- Cayden - pienso en voz alta su significado - El luchador. No es un nombre muy común entre abnegados.

- Porque no viene de Abnegación.

- ¿ Eres trasladado ? - pregunto intrigada.

- Sí. Puedes adivinar de dónde a partir de mi nombre.

- Luchador, eso pega más a ... ¡ Osadía ! - exclamo sorprendida - ¡ Eras de Osadía !

- Bingo - ríe ante mi sorpresa- ¿ Tú naciste en Erudición ?

- Sí, ya soy Miembro. ¿ Cuánto tiempo llevas en Abnegación ?

Él entrecierra los ojos, calculando.

- Cinco años, ya.

- Es decir que tienes... ¿ veinte ?

- Veintiuno - me corrige - los cumplí en algún momento hace un par de meses.

La conversación continúa durante horas. Horas que se pasan como segundos.

Hablamos de todo, de cualquier cosa que se nos ocurra ; Osadía, Erudición, Abnegación, nuestra familia, las costumbres...

Charlamos hasta que el día acaba y el sol se esconde para dar la bienvenida a la noche.

Entonces, el abnegado me acompaña por las vías del tren, hasta la parada más cercana.

Antes de que las puertas del vagón se cierren, le muestro una sonrisa.

- Adiós, Ceyden. Me ha encantado hablar contigo.

- Cuando quieras - sonríe ampliamente, con las manos en los bolsillos grises, y yo lo observo por la ventanilla mientras el tren se aleja de vuelta a Erudición.

ERUDITEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora