De nada había servido, por ejemplo, eso de andar con la guardia baja y tomarse los asuntos sin miramientos exagerados. De nada valió entonces, aquella vez como ahora, apetito tan voraz si para exponer la mitad de los asuntos que nos implicaban debía descubrirte excitada y sin excusas. Y verte pasar, morena de alma, como oscura de pensamiento, desenvuelta, un poco ajetreada y con los ojos pasados a angustia, era de esas razones simples que me permitían distribuir los enigmas para más tarde, para el después, para cuando no estabas y todo en mí hasta la imaginación se iba contigo; me quedaba la angustia, y la pormenorizaba con trazos simples de relator hechizado, ocultando lo evidente, irreversible.