Era el poder, de tu cuerpo; uno salvaje. Fue nuestro poder. A prueba estuvimos con serenas palabras si mencionábamos lo que dicen no se puede decir. Y para chicas peligrosas como tú que comprendían el poder que residía en el cuerpo, grandes tetas, y culo preciso, nada de poesía cuando los aspectos psíquicos coincidían con días fáciles de convivir a solas sin ropa. Entonces, yo ya no era más un hombre, sí un animal profundo que lograba hablar y todo eran meneos y secuencias espontáneas de afecto, sin condiciones, enroscado en tus cabellos no tan lisos.