No puedo estar de acuerdo con todas las cosas que dicen. Y es que lo he visto, deambulas y ofreces tus orejas queriendo escuchar mi aprobación. Yo no diré nada que satisfaga tu instinto. Ahora es mi momento y pretendo crear un espacio donde no existas. Como lo has leído, ni siquiera una banda de rock ochentera te aceptaría con esa actitud. Pero para entender el veto al que te he sometido, deberé radiografiar los sucesos a quienes apenas ni te han conocido. Por ejemplo, era cierto eso de tomarte tan a pecho el sabor de las moras y en las mañanas ya ibas embadurnando las rebanadas de pan con mermelada barata y esponjosa del mercado de la esquina. Ya no podía yo ni chistar si hacía sol los domingos a horas tan tempranas, porque quería salir a tomar el aire que tanta falta me hacía desde que vivía contigo, me mirabas desaprobatoria en todo sentido, y pretendías que te acompañara en la mesa. Ya para las tardes exigías toda la compasión del mundo en mí si empezaba por dolerte el estomago de tanta comida basura que ingerías, y bajaba hasta la única droguería abierta a esas horas para un fin de semana. De responsabilidades ni hablar, sos un fiasco; el animalito de tu hermana a tu cargo había perdido tanto peso que ya daba lástima mirarle y ni aún perñmitías que me acercase a él para darle agua. No sé a ciencia cierta de dónde te venía esa vena artística de pasarte horas hablando de la más nimia situación sin importancia, creando contextos extraños que en ocasiones me robaban carcajadas. Y sí, me ruborizo de pensarte ahora, aquí recordandote extravagante, con los pelos erizados y esa costumbre muy tuya de llenarte la cara de cuanto rubor existiera, con la ropa más linda que jamás le vi a nadie y esos gestos de donaire que demostraban total seguridad. Y ves, no todo en ti fue malo, aunque..