Pestañas de lobo había adquirido, las veces del tiempo de años en que te tuve conmigo ansiando las noches de tormenta el renacer del sol. Y, vagabundeaba en aullidos; susurros del alma que fueron música y ya no recuerdo cómo solía entonarlos si pronunciaba tu nombre y te hacías presente haciendo muecas y correteando divertida meneando tus atributos entre las flores y la maleza del campo donde viví, y frecuentaba los misterios de una naturaleza tan salvaje, entre nosotros, que no quedaba otra palabra más precisa para designar la situación, que amor. Amor de las ansias de permanecer en ti acicalando tu piel vulnerable, deliciosa y aromática a hierbas de menta, manzanilla y canela. Dolorosa la manera angustiada de incluirte si escribo como escriben los que no tienen redención y lanzan dardos envenenados al espacio-tiempo curvo, como ojivas suicidas presas de los fundamentos de la teoría de la relatividad.