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Despertar junto a ella me hace sentir cómo un cabrón con demasiada suerte. La observo durante un rato, está desnuda pero la sábana le cubre hasta el pecho, su pelo naranja está desperdigado por la almohada y su cara llena de pequitas parece la de un ángel. Joder, ¿Cuándo me he convertido en alguien tan cursi? Pero es que Riley, sin quererlo, provoca esa faceta mía.

Se mueve y se destapa quedándose desnuda, pero sigue dormida. Tengo demasiada suerte. El cuerpo de Ry, aunque no lleve nada encima, no resulta obsceno ni pornográfico, en lugar de eso es elegante y perfecto como el de una escultura o un cuadro. Ni siquiera los tatuajes lo ensucian, se ha hecho muchos más en estos años. ¿Me dejaría borrárselos a lametazos? Seguro que ese comentario la haría reír.

Entonces mis ojos reparan en la cicatriz y me entristezco. Quedará ahí para siempre, como una muestra simbólica de lo herida que está por dentro. No se merece todo lo que ha sufrido, y no quiero decir que alguien lo merezca, es solo que cuando ves a una persona sufrir, te duele; pero si además esa persona es realmente buena, generosa, dulce y especial, duele más. Mucho más.

Acaricio la pequeña marca rosada y ella se despierta. Y me mira con esos ojazos enormes. Y yo vuelvo a sentirme el tipo más afortunado del jodido planeta.
- Hola -sonríe.
- Hola preciosa -le beso esos mullidos labios que tiene.
- ¿Qué hacías?
- Mirarte.
- ¿Cómo un adolescente pajillero? -ríe.
- Algo así -digo y ella pone una mueca divertida.
- Hoy nos vamos… -sus labios forman un puchero.
- Lo se -acaricio las curvas de su cuerpo desde la rodilla hasta el brazo y la piel se le eriza.
- ¿Bajamos a comer?
- Claro.

Estoy sentado en el asiento del avión junto al pasillo y tengo a Riley dormida sobre mi hombro. Me ha pedido el lado de la ventanilla y va y se duerme a los cinco minutos. Sonrío y sacudo la cabeza.

Tras cuatro horas la azafata anuncia por el altavoz que en breve aterrizaremos y yo despierto a Ry.
- Ya estamos en casa -sonrío y le paso el brazo por sus pequeños hombros.
- Hogar dulce hogar -me da un beso y seguimos andando hasta la salida - ¿Pero qué…?
- ¡Tachán! -digo. Han venido Marie, Sarah y Liam a recogernos. Riley se ríe.
- ¿Qué hacéis aquí?
- Venimos a invitarte a cenar -explica Sarah.
- ¿Y mi regalo? -Marie se cruza de brazos y Ry y yo nos miramos. Ups.
- Esto…
- ¡No me habéis comprado nada! -hace pucheros como una cría.
- Sí, un sobrinito -acaricio la barriga de Riley y ella la aparta a manotazos.
- ¿¡En serio!? -Marie aplaude.
- ¡No! ¡Ni hablar!
- Era broma -me río.
- Joder -entra en el coche y los demás la imitamos con una sonrisa en la cara.

La cena ha sido caótica, Marie no deja el vaso de vino y por lo tanto no se calla. Los demás no paramos de reír con sus tonterías, incluso Amanda a pesar de que la mayoría de anécdotas son sobre ellas dos y una cama, o un baño, o una… bueno, eso.
Los chicos se han alegrado mucho cuando les he contado que mi equipo ha subido a primera y Riley se ha emocionado tanto o más que yo. No le he contado que esto supone más dinero, pero también fama, espero que lo lleve bien, pero eso será en otro momento.

Ya nos hemos despedido de ellos y vamos dando un paseo hasta el coche, cuando veo un supermercado abierto.
- Voy a por agua, nena -necesito que me baje el alcohol que he bebido antes de conducir.
- Vale te espero aquí -dice y saca un cigarrillo del bolso.

Nunca llores en veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora