Prólogo

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— No, Theo no podemos seguir con esto, ¿es qué no lo comprendes? — le pregunte seria mirándolo fijamente, sus ojos se fijaron en los míos, sin decir nada, con ambas manos tomo mi rostro, y me beso, es que él jamás entendería el riesgo que significaba esto.

Me perdí en la calidez que me envolvían sus besos, su aroma, y la cercanía que teníamos el uno por el otro, porque a pesar de llevar una vida desastrosa y miserable, no podía negar lo innegable, lo amaba, y me había enamorado de lo que siempre prometí repudiar, un nazi, un simple alemán, que me cobijo, y me protegió cuando más necesitaba, cuando todo me habían rechazado, y cuando más apoyo y fortaleza necesite, él estuvo ahí, aún está aquí.

— Isabella, no tengo nada que entender más de lo que ya sé, de lo único que estoy seguro en estos tiempos difíciles, es que te amo — me susurro al oído.

— ¿y si te matan? — le pregunte con un nudo en la garganta y con voz temblorosa en mis palabras, mientras está maldita guerra no terminará, siempre sería lo mismo.

— moriré sabiendo que te conocí, me iré feliz, porque por último tuve la dicha de amarte — me aseguró acurrucándome en sus brazos.

El temor siempre me seguiría, hasta que no matarán a Hitler, jamás estaríamos en paz, no podríamos ser felices, por el solo hecho, de que yo, soy una judía, y él un teniente alemán, es decir, según el dictador nazi, la raza aria. No lo negaba estaba loca y completamente enamorada de él, pero mi temor de que él se fuera de este mundo por mi culpa, era aún más aterrador, todo el mundo sabía lo que le hacían a aquellos que traicionaban al fürher, y no quería que por mi culpa aquello fuera un hecho, solo pensarlo era una posibilidad simplemente horrorosa, estaba dispuesta a todo, incluso a volver a esos ocultos campos de exterminios judíos, gitanos, homosexuales, o cualquiera que se opusiera al mandato de Hitler o que el considerara que no era perteneciente a la raza aria, son horribles, lo sé, pero no me interesaba, porque prefería mil veces morir yo, a que muriera él.

Estaba disfrutando del calor de sus brazos, cuando escuché que uno de los grandes camiones de guerra se acercaban, lo miré espantada, besé sus labios por última vez, y me retire, atravesé la casa completamente, y llegue lo que era mi escondite, ahí ya no se encontraban mis padres, ni mi hermano, estaba sola en un lugar donde quería que estuviesen todos conmigo, esto se me hacía fatal, siempre que hubiera ese sonido, sabía que no estaría del todo tranquila, hasta que ellos, los Alemanes, se marcharán una vez más, era difícil tener que ver el mundo desde aquí, no había nada que pudiera hacer para ayudar a los de allá afuera, eso era casi imposible, pues, con mucha suerte tenía como cuidarme a mí misma, y como salvar mi propio pellejo, pero si me sentía culpable, al pensar que yo estaba "bien", tenía comida, abrigo, mientras que miles y miles de Judíos se iban a los campos de concentración, se iban como verdaderos animales, en los vagones de los trenes en los cuales se transportaba ganado, como si no tuvieran el derecho suficiente para vivir en paz como cualquier de nosotros, si de algo, estaba casi segura, era que aún había guerra por un largo tiempo. 

Amor EntreguerrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora