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ISABELLA PODOLSKY

Septiembre 1942

Malditos, todos son unos malditos hijos del demonio, no podíamos hacer nada, sin que mi pueblo recibiera azotes de parte de aquellos que vestían con orgullo ese uniforme con su insignias que indicaba que eran nazis, me daban asco, no podíamos caminar por las baldosas, si antes se nos prohibían las cosas, ahora ya es aún peor, en las tiendas están esos carteles que dicen "no se permiten Judíos"; cada vez son más los Judíos que son sacados de sus casas como verdaderas ratas, los obligan a caminar por las calles de Amsterdam, cada día son transportados 400 Judíos a los campos de exterminio, y yo simplemente me siento en el sofá de casa a observar y a esperar mi horroroso destino, sin hacer nada de mi vida, sin siquiera cumplir un solo sueño de los que tanto anhelaba desde niña, suspiré pesadamente, y las miradas se enfocarón en mí.

—¡QUIERO HUIR!, pero no puedo ser egoísta de dejarlos aquí —exclamé y luego me senté sobre el sofá y deje que las lágrimas cayeran por mi rostro, si era fuerte, pero también existían cosas que me debilitaban.

—mientras estemos juntos todo estará bien, Isabella —aseguró mi hermano, quien se acercó a mí e hizo una muestra de cariño inesperada, me abrazo por los hombros y me aferro a su pecho, como cuando era una niña.

Unos golpes fuertes eran provenientes de la puerta principal, levanté mi mirada oscura y los observe, vi el temor reflejado en todos los que me rodeaban, sequé con fuerza mis lágrimas y caminé por el pasillo, tomé la manilla y abrí, era el cartero, suspiré un tanto aliviada, regresé hasta la sala, y le entregue la carta a papá, era para él, la inspecciono con temor, lo podía ver en sus ojos, nos observó a todos serios, esto no era bueno, nada bueno.

—todos saben lo que esto significa —dijo serio, y todos asentimos con la cabeza— me llaman, más bien a la familia llaman para presentarse a trabajar —comentó.

—no iré, no les daré mi vida a esos infelices nazis —grité desesperada— este es el régimen más estúpido que existe en el mundo, y no, no moriré de hambre por su culpa, vayan, pero yo no iré —dije firme. Me encaminé hasta mi habitación. No tardarón ni dos minutos cuando escuché unos gritos.

—¡ABRÁN LAS PUERTAS JUDÍOS, ESTÚPIDOS! —gritó un Alemán— ¡TOMÉN LO NECESARIO Y SALGAN DE SUS CASA, AHORA! —gritó de nuevo.

—¡MALDITOS HIJOS DE PUTA! —grité por la venta, uno levantó la mirada y me quedó mirando como imbécil, eran de nuevo esos ojos azules penetrantes.

—Isabella —gritó mamá abriendo la puerta de mi habitación— toma todo lo que tengas, lo necesario, y vayámonos —dijo sacando algunas faldas, blusas, vestidos y abrigos de mi armario, poniéndolos en un maletín color café, negué con la cabeza.

—no iré a ninguna parte —aseguré tranquila sentada en mi cama.

—¡NO ES EL MOMENTO PARA TUS ARREBATOS, ISABELLA! —gritó mi hermano, esté se acercó a mí y me golpeo.

Llevé mi mano hasta mi mejilla, y las lágrimas cayeron de nuevo, él se acercó a mí y me abrazo, prometió que todo iba a estar bien, aun sabiendo que no iba a ser así, tras la minuta demora, un nazi, un asqueroso nazi, voto la puerta principal de casa y subió, nos tomó a la fuerza, acompañado de otro y nos sacó a patadas de ahí, maldito hijo de las mil putas, sabía que mi vocabulario no era el adecuado, pero estaba desesperada, histérica, no sabía que me harían ni mucho menos que sucedería.

Nos obligaron a caminar por las calles de Amsterdam como si fuésemos verdaderos animales, a los ancianos los golpeaban, a los niños también, todos los holandeses nos observaban con lastima, con asco, era una mezcla de todo un poco, con una maleta, tipo madera, rectangular y color café caminaba al lado de mi hermano, aterrada, había perdido mi valentía, me sentía sumisa e imposibilitada de hacer algo por alguien o por mí misma, la caminata, entre toda la agonía y desesperación se me hizo breve, Yahvé es el único que sabe cuánto odio a estos estúpidos, y ni siquiera él es capaz de detener esta tortura tan injusta.

Amor EntreguerrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora