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No había mucho que decir más que lo obvio, estaba aterrorizada, no me podían descubrir, me coloque un vestido color blanco con negro, que quedaba un poco sobre mis rodillas, y me aseguré sobre todo que este fuese de manga larga y que no pudiese ser delatada, coloqué la peluca rubia, se ven tan real, unos zapatos de tacón y salí de la habitación camino hasta el comedor, Jenell me esperaba para el desayuno junto a sus pequeños hijos, me miraron con atención y los vi sonreír, corrieron hasta a mí y me abrazaron como si me conociesen de toda la vida, les devuelvo el abrazo con una sonrisa, ellos se van al colegio, el chofer es quien los llevará, nos asiente con la cabeza en señal de despedida.

—siempre quise tener sobrinos —le cuento a Jenell quien me miraba atentamente, esta impecable, realmente es hermosa.

—¿sobrinos? —me queda mirando— ¿no has pensando en tener hijos con Theo? —me pregunta y me mira atentamente.

—creo que en este momento no es la situación adecuado para pensar en hijos —le respondí mirando fijamente la pared— por lo menos no para mí, no soy capaz ni siquiera de salvarme a mí misma, menos podré salvar a un pequeño ser humano, perdí a mi padre en mis brazos, no sé si mi madre o mi hermano siguen con vida, vi a mi cuñada muerta, se suicidó y no sé si mi familia en Polonia lo está, lo más probable es que tampoco lo estén —le cuento lo más natural que pueda sonar, pero lo cierto es que estoy destruida en el interior— ¿cómo podría pensar en hijos? —le preguntó con los ojos algo aguados ante los tortuosos recuerdos

— ¡oh! —ella puso una expresión en sus labios, me mira con tristeza y puedo notar sus ojos aguados— lo siento tanto Isabella, eso... —tartamudea— eso debe ser tan fuerte y doloroso, eres una mujer valiente, no sé si yo hubiese podido soportar todo eso —me dice aún con dificultad mientras me mira a los ojos.

—supongo que con el comienzo de la guerra y de todo lo acontecido ciertas cosas que para el resto son anormales, para mí se han convertido en normales y finalmente eso es lo que más me tortura y temor me da, considerar cosas normales cuando generalmente son aberraciones y vivencias que no son comunes para nadie —le comentó con honestidad— Jenell, a pesar de la guerra y de todos los arrebatamientos carnales que he tenido que vivir aún tengo algo de fe en el mundo y en la humanidad —ella me observa con admiración, así lo siento, ya nada me puede lastimar más.

Comimos nuestro desayuno en silencio, supongo que ha quedado atónica con lo que le he contado, si ella supiera las verdades ocultas tras esos alambrados, simplemente no lo soportaría, no dije nada más, por lo obvio, no quería torturarla, ni mucho molestarla con mis problemas emocionales, si bien el dolor y las pérdidas son delatadas por mis ojos, no diré nada más, solo pensar en ello me pone mal, bebo un poco de mi jugo y como cada día agradezco esto, tener un plato de comida para poder alimentarme.

—¿te hicieron daño? —me pregunta con curiosidad, levante mi mirada y la observe en silencio.

—sí... —asentí— no tienes idea, estoy segura que ni te puedes imaginar que ocurre en ese lugar, espero que nunca tengas que vivir nada similar, tras esos alambrados —me callé por algunos segundos, ella me mira atenta, como si le interesará saber más— matan, violan, y todo es escasos, múltiples plagas, hornos, cadáveres y más —trago saliva— no hay agua, ni comida, por eso la delgadez y desnutrición, quizás cuando la guerra termine todo sea delatado —le digo dejando los cubiertos a cada lado de mi plato, se me ha quitado el apetito.

—a ti... —la veo tragar saliva con dificultad— ¿te hicieron algo como eso? —me pregunta con inocencia, le quedo mirando con una sonrisa torcida.

—Jenell, en un lugar como Auschwitz —le cuento mirándola a los ojos— no se te permite conservar nada, personalmente, se me fue arrebatado todo, incluso mi virginidad —le digo finalmente con mis ojos aguados y al borde de las lágrimas.

Amor EntreguerrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora