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Bombardeos, se sentía por cada rincón de Holanda, estaba asustada, en cualquier momento podrían caer encima de esta casa, desde hace unas semanas nuestros hogar, y al final no haber conseguido nada, era la noche más oscura en meses, no podía dormir por todo el ruido proveniente de los aires, tape mis oídos, pero eso ni nada me protegería de las amenazas que estaban ocurriendo. Mi vida desde que huimos se basaba en estar alerta, porque sabía que en cualquier momento podrían venir por nosotros, los bombardeos habían acabado y suspiré aliviada, pero no duró por mucho tiempo, desde lejos pude escuchar como un camión de guerra se acercaba, maldición, me levanté más que apresurada.

—vamos arriba —dije corriendo.

—¿qué sucede, Isabella? —preguntó papá.

—escuché un camión o un auto acercarse no estoy segura —afirme.

Se levantaron enseguida, fui hasta la habitación de mi hermano y Anna para que se levantarán.

—Anna, querida, sé que estás asustada, yo también lo estoy, pero por favor levántate —insistí desesperada.

Corrí detrás de papá y ellos me siguieron, vi unas linternas alumbrar a la casa, ¡Yahvé!, estaba aterrada, corrimos cuidadosamente la madera que estaba entre el estante y el cuadro, las luces se veían cada vez más cerca y mi temor poco a poco comenzó a aumentar, primero entró mamá, papá, Abraham, Anna y finalmente yo, corrí cuidadosamente la madera evitando hacer ruido, y en el momento en que la cerré, los nazis, patearon la puerta y entraron, tenía miedo, mucho miedo.

—Si aquí hay algún judío que salga ahora mismo —gritó el alemán.

Contuve la respiración, el latido de mi corazón parecía que iba a delatarme, en ese pequeño escondite, todos los corazones estaban por salirse del pecho, contuve la respiración tanto como pude, y cuando ya no lo contuve más solté un suspiro fuerte, maldición, le rogaba a Yahvé que se fueran, los pasos de aquellos, poco a poco se fueron acercando al sofá, podía ver con claridad, como las luces de las linternas se acercaban hasta nuestro pequeño refugio, corrió el cuadro, iba a estallar todo, los cinco corazones latiendo con fuerza, luego el estante, y luego en medio, donde la madera se corría, Yahvé, nos iba a encontrar, quería que todo fuera un sueño, una pesadilla espantosa.

—vayámonos Müller, aquí no hay ningún Judío —aseguró el hombre.

Escuché como cerraron la puerta que habían tirado, nos habíamos salvado por poco, pero eso aseguraba que no nos pudieran encontrar, mi suspiro casi nos delata, yahvé fue quien nos ayudó, estaba más que segura de eso, debíamos tener cuidado, porque no dudaba que aquel Müller pudiera volver a rodear estos lugares.

Salimos después de unos minutos que parecieron ser eternos, suspiré aliviada cuando ya pude salir de ese tan reducido sitio, estaba más tranquila, ese maldito Müller siempre estaba metido en todos lados, ya me comenzaba a poner nerviosa, presentía que si él nos descubriese estaríamos perdido, y a la primera que le volarían la cabeza sería a mí, que miserable es esto, la vida que tengo, a pesar de todo estoy agradecida de yahvé, estamos juntos, tenemos un techo, estamos por ahora, libre de las manos de los nazis pero no sabría por cuanto, temía de todo lo que pudiese suceder quizás no hoy, ni siquiera mañana, pero si pasado, y estaba aterrada, a pesar de demostrar ser una mujer valiente debajo de estos viejos vestidos, se ocultaba una llena de horror con respecto a todo lo que estaba viviendo, mi madre me observo un poco, y yo la observé confundida, lo sabía, ella quería rendirse.

—ni lo sueñes mamá —dije seria— prefiero correr por mi vida, que estar en mano de esos infelices, eso jamás —aseguré mirándola fijamente.

Amor EntreguerrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora