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Por la mañana, y antes de que amaneciera, me levanté, tome una ducha y luego me dirigí hasta la habitación que les había dado por esa noche a Rebeca y a su pequeña nieta, la moví un poco para que despertará, se asustó, quizás al verme con el uniforme, lleno de insignias y el lazo en uno de mis brazos color rojo con el símbolo color negro que indicaba que era un nazi, y era de entender, quizás que cosas terrible debió vivir antes de que yo la salvase de Auschwitz, no lo quería ni imaginar, porque hasta el día de hoy a mí me afectaban.

—levántese señora Rebeca, las llevaré a un lugar seguro — dije prendiéndole las luces, ella asintió aun media dormida— la esperaré para que tomemos desayuno y luego irnos —le informé.

Salí de la habitación para que tuvieran la privacidad que necesitaban, me encaminé hasta la cocina, recordaba tener leche, levanté mi brazo y abrí la puerta de la parte alta del mueble, y precisamente, tenía leche, le preparé una taza a la pequeña Eva y luego terminé preparar el desayuno para su abuela y para mí; ellas no tardaron en estar listas, y les serví, vi como en sus miradas me agradecieron en silencio, pobres, quizás en cuanto tiempo no habían visto comida.

—muchas gracias, querido, hace semanas que no comíamos nada — aseguró la anciana con una sonrisa— que yahvé te lo pagué —dijo.

Asentí, no podía dejar de sentir lastima, éramos la peor raza que existía en el mundo, y como desde que inició la guerra no puedo dejar de sentirme un miserable que lastima a personas inocentes para proteger su propio pellejo.

***
Como tenía programado salimos antes de que amaneciera, ellas no tenían más que lo puesto, sentí pena por la pequeña, ella tiene que haber perdido a sus padres, pero por lo menos tenía a su abuela consigo, les ordené que se cubrieran la cabeza, todo era por protección, no quería que les sucediera nada a ellas, ni a nadie.

El sol recién comenzaba a asomarse cuando me estacione frente a la casa en medio del bosque, esto sería una gran batalla, en esté corto tiempo he llegado a conocer como puede ser la señora Podolsky, una mujer muy caprichosa, testaruda y arribista, todos por miedo estaban de su lado excepto ella, Isabella.

¡Maldita sea!, jamás me la sacaría de la cabeza, por más que me repitiera a que era la mujer más errónea y prohibida del planeta, me atrae de una manera inexplicable, incluso para mí.

Suspire pesadamente, y ordené que bajarán del auto, caminé en silencio mientras que sentía sus pasos detrás de mí, sentía temor, cuando se supone que el que debe asustar soy yo, puse la llave en la cerradura e ingrese, podía imaginarme donde todos se encontraban, en el pequeño escondite, era lo más natural, jamás querría que los encontraron, a excepción de la señora Podolsky, tenía la sensación de un temor indescriptible una vez que supiera que había llegado con nuevos albergados a esta pequeña casa que compartían, Isabella fue la primera en asomar la cabeza y respiro aliviada, le dediqué una sonrisa una vez que la vi, ella no tardó en responderme con una, luego le siguieron el resto, observaron confundidos y su madre con una cara completamente desfigurada.

—¿pretendes dejarlas aquí? —preguntó la señora Podolsky, asentí en silencio— seremos demasiados, es inaudito, apenas tenemos para comer nosotros, además de que este sitió es demasiado pequeño —dijo seria observando a Rebeca y a la pequeña Eva.

—pensé que no querías estar aquí —comentó Isabella en tono burlón.

—las condiciones no son las apropiadas —insistió.

—mamá, es hora que veas la situación allá afuera —Respondió Abraham— pueden quedarse, no hay problema, nos acomodaremos como podamos, en la habitación que comparto con mi esposa hay otra cama, pueden dormir ahí —dijo serio.

Amor EntreguerrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora