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Mi amada Isabella Podolsky...

Ella quería disimular sus temores, sus mayores miedos e inseguridades incrustadas en su cuerpo por la guerra, no era capaz de descifrar como se sentía, podía ver su reflejo a través de su piel y todo el miedo que la situación actual le producía en sus ojos, en ella ya no veía lo que vi el primer día que la conocía, ahí veía una mujer fuerte, segura, pero con un temor inferior, hoy no veía ni la mitad de lo que vi aquella primera vez, me sentía pésimo por tener que dejarla ir, porque de esa manera se sentía, se sentía de una manera irremediable, como si la estuviese dejando ir de nuevo, pero la diferencia estaba, en que esta vez, ese adiós se sentía como un para siempre.

Estaba roto, mi corazón lo estaba, ¿Cómo no estarlo?, ¿Cómo aceptar esta situación?, cuando estaba viendo y apreciando en carne propia que la mujer a la que amaba se iba a marchar, y nadie me aseguraba que esta no fuese la última vez, esta vez no tenía la certeza que la volvería a ver, la Gestapo venia en camino por ella, por mí, ni siquiera podía asegurar cuánto tiempo más duraría la desgracia, llegue a casa corriendo y buscar protegerla, sacarla de allí tan rápido como se me fuese permitido, hice las gestiones necesarias rápidamente y sin mirar atrás, dejando de la lado mis verdaderos instintos, la mire y la tome de sus manos, las acaricie, quería recordar su piel suave y entre blanca y morena, quería recordar por siempre lo que ella me hacía sentir con solo sentir su contacto, le había costado entender que esto era lo mejor, y no la culpaba, pero no podía tenerla aquí, no más, aunque eso fuese lo que más deseaba en el mundo, y quería en ese instante, no se podía, quería salvarla y que por lo menos de algo haya valido todo esto.

—Prométeme que iras por mí —insistió mirándome a los ojos una vez más.

—No puedo prometer algo que quizás no logre cumplir, mi amor, solo puedo prometer que hare lo posible por estar lo antes posible a tu lado —le asegure atrayéndola hasta a mí y abrazándola con fuerza.

Ella asintió en silencio....

Con ambas manos tome de sus mejillas y con las lágrimas derramándose por ellas, la observe y las acaricie, lo más preciado que tenía en ese momento lo estaba perdiendo, estaba dejándola ir, me acerque a ella y la bese con fuerza, con amor, quizá esa sería la última vez que la vería, que la besaría, quería recordar hasta el último día de mi vida la dulce y bella sensación que siento y que sentiré cada vez que la tengo junto a mí, muchos en el futuro podrán decir que me enamore del enemigo, pero la verdad es que no me importaría tener que someterme a las críticas del planeta entero, porque nadie jamás sabrá lo que sentía cuando la tenía cerca y a mi lado, la paz que mi corazón sentía, quizás, si quizás vuelva a ocurrir como no, la bese con tanto amor que no me quería alejar de ella, quería que el momento se estancara en el tiempo, que se detuviera y nos mantuviera así por siempre y para siempre, pero nada de lo que uno desea es para siempre, me aleje de ella y la mire, volví a abrazarla, no podía, me negaba a dejarla a ir, pero mi cabeza, mi cerebro me recordaba a cada minuto que debía hacerlo aunque eso significara mi dolor interno.

—Por favor... —carraspee mi garganta para poder hablar— nunca olvides que te amé, te amo y te amare por siempre, fuiste y serás lo mejor que me paso en esta guerra, en la vida entera —le confesé con un nudo en la garganta, lleve mis manos hasta mis mejillas y me seque las lágrimas.

—¿recuerdas cuando te dije que jamás me podría enamorar de un alemán?, ¿Qué me daban asco? —pregunto mirándome a los ojos, asentí, jamás olvidaría esas palabras— pues todo fue mentira, Theo, te amé desde el primer momento, y te seguiré amando y recordando sin importar que suceda luego de esto, lo prometo —prometió mirándome a los ojos.

Amor EntreguerrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora