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Año 1940, mayo

Corría el año 1940, esto era lo peor que nos podía suceder, pensaba que el pertenecer a gran parte de la población de países bajos me mantendría a salvo de los Alemanes, y de Hitler, aquel fulano era el peor de todos, me costaba entender como alguien tenía tanta recriminación y odio hacia un pueblo y personas que jamás le habían hecho daño a él ni a nadie. Aquel diez de mayo era el inicio del fin, o mejor dicho el fin del comienzo, faltaba mucho por recorrer y sobre todo vivir, y buscar la manera que seguir con vida fuera digno de nosotros, de mí. Pero no todo terminaba allí, días más tarde, fue el bombardeo de Rotterdam, en la cual se terminaba con la capitulación total de los países bajos.

Todos sabíamos lo que aquello significaba, o al menos eso quería creer yo, me imaginaba hambre, dolor angustia, pero jamás correr por salvar mi vida, aunque ya se hacía índice de lo que se veía venir, solo bastaba con escuchar a Hitler, él era creyente que su raza era la única que podía ser pura, como él la llamaba, la raza aria, pero las demás era toda una raza contaminada por alguna clase de insecto que no merecía vivir en este planeta, y mucho menos en este continente llamado Europa.

— genial, estamos en manos de los alemanes — comenté irónica.

Por supuesto, nadie tomó en cuenta mi comentario, ya que todos estábamos en shock por la noticia, temíamos, ya no habría nadie de confianza, ni nadie a quien confiarle todo lo que pudiera sentir, en tiempos como este, y cuando estábamos en guerra, es cuando quiero gritar, gritar tan fuerte para que escuchen mi opinión y como me siento, pero, ¿quién era yo?, solo una simple muchacha comenzando a vivir la vida. Tenía veintitrés años , pero aún me tratan como a una jovencita que no era capaz de comprender en la situación en la que estamos viviendo, incluso aún seguía siendo la niña de la casa, ¡que estupidez!, a veces creo que me quieren mantener lejos de todo a lo que la guerra y la política difieren, pero no es un tema al que podre estar obsoleta toda mi vida, ya puedo presentir como nos hundimos día a día, nadie puede negar, o por lo menos yo lo siento así, que más luego que tarde estaremos muy lejos de aquí.

Temía salir, ver soldados por toda la calle de verdad es espeluznante, jamás en mi vida me imagine tener que vivir esto, y mucho menos a mi edad, prácticamente iba corriendo, y volvía corriendo de los alemanes.

— tranquila Isabella — murmuro papá mientras cerraba la puerta tras mis talones.

— odio esto — aseguré— esos hombres son horribles, ¿cuánto más lo tendremos que soportar? — pregunté, mientras colgaba mi abrigo en el perchero.

— no lo sé, hija, no lo sé — dijo él, acariciando mis cabellos.

Me quedé por unos instantes más en los brazos de papá, estaba tan asustada, tenía demasiado miedo, desde ese día comenzaba el fin de mi existencia, éramos judíos, y por el solo hecho de serlo, merecíamos morir, jamás entendí la doctrina del mal nacido de Hitler y jamás trataré siquiera de entenderla, es una pérdida de tiempo, aunque mi mayor preocupación desde la invasión era, ¿y ahora qué?, ¿dónde nos iremos?, ¿qué será de nuestras vidas?, papá se mostraba relajado, pero la realidad era otra, nos engañaban pero al final sabíamos la realidad solo que no queríamos aceptarla, tenía muchos sueños, como cualquiera, pero que desde ese entonces ya no se realizarían, no había vuelta atrás, estábamos destinado solo a una cosa, la muerte.

***
Desde la invasión nada fue igual para mí, ya no tendría más la vida que conocía, ya no tendría más la libertad con la que soñé toda mi vida, ni la independencia anhelada por tanto años, hoy se marchaba eso y mucho más, no solo perdería aquellas cosas, sino también el derecho que tenía sobre mí, sobre mi propia vida, deseaba con todas mis fuerzas que Yahvé diera esa luz de esperanza que necesitábamos, que por fin el pueblo judío, el cual venía sufriendo desde hace mucho, pudiera tener la paz, y la libertad que merecía, mis idas a la sinagoga no habían cambiado, me había criado bajo la creencias religiosas de mi pueblo, la cual no quería dejar de lado, pero un sinfín de veces, me preguntaba caso existía algún Yahvé poderoso el cual nos cuidaba de alguna parte, o si bien, si éramos el pueblo Yahvé, ¿por qué estábamos destinados a esto?, y continuaba haciéndome preguntas que no tenían respuesta, y no, no sabía si algún día las tendría para verlas florecer.

Amor EntreguerrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora