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THEO KHÖLER

La llegada de mi padre había descompasado del todo, ese hombre era de temer, y le temía, él venía por un asunto en particular y ese era por la judía de la cual me había enamorado.

Me despedí de ella con algo presionando sobre mi pecho, me costó dejarla ir, porque tuve la leve sensación que quizá no la vería más o tal vez que luego de esto si la tendría que dejar ir, él pensar en ello me apretaba el corazón latiendo fuertemente por ella, el sentimiento que sentía por aquella mujer era aun mucho más fuerte que lo que sentí antes, me había enamorado en un gobierno totalitario en donde parejas como nosotros éramos prohibidos para los ojos de los seres humanos, pero que no importaba frente los ojos de Dios, no estábamos haciendo nada malo, más que ser amantes de la vida y de nuestros corazones, éramos dos jóvenes que seguían y se rehusaban a no amarse por lo que pudiesen pensar de ello al respecto, nos amaríamos aun cuando todos se opusieran a nosotros, nos habíamos enamorados y más que nunca sé que a lo que termine la guerra y si continuamos con vida me quiero casar con ella, y espero que La Paz llegue al mundo y a los corazones negros y endurecidos por las ideologías y creencias políticas abarcadas en esta decídala década de los cuarentas, no había nada más que desease que tenerla por siempre conmigo y a mi lado, la amaba con tanta profundidad, deseo y anhelo, que no me importaría dar mi propia vida con tal de que ella continuara su camino aun si eso significase dejarla ir e irme yo, ese pensamiento me dolía, pero francamente lo deseaba y anhelaba así, mientras la tuviese por un tiempo más y me permitiera amarle nada más me importara incluso si solo eso significara un mes o días, quería abrazarle, besarle, amarla con toda la intensidad que el ser humano pudiese, no me importaba que digiera mi familia, amigos, cercanos al partido, ellos, ni nadie jamás entendería como ella con su personalidad, su valentía y sus desafiantes luchas había enamorado a este débil teniente.

Papá camino hacia a mí con su uniforme, él si lo llevaba con orgullo, yo no, era diferente a él en todos los sentidos, partiendo por el solo hecho que si respetaba a todos los seres humanos, y estaba completa y locamente enamorado de una judía.

—Heil Hitler —le salude juntando mis piernas y poniendo mi mano en mi frente.

—Heil Hitler —me respondió al saludo, hice un leve saludo con la cabeza— Theo... Alaric —nos nombró y miró por unos segundos y luego hizo ingreso a la casa.

Le seguimos detrás de él, observo con cierto recelo la casa, camino por ello buscando en cada rincón, entro a lo que era su habitación, mi corazón palpitaba abrió el closet y lo observo y luego me hecho una mirada seria que todos temeríamos, pero permanecí tranquilo sin expresión en mi rostro, sus ojos azules al igual que los míos continuaban pegados en mí, buscando una respuesta.

—¿qué significa esto, Theo? —finalmente me preguntó y me quedó mirando— ¿es cierto que tienes una sucia rata en tu casa?...

Solté una sonora carcajada fingiendo el amor oculto y prohibido que vivía con ella en los rincones que nos cobijaban cada día una vez que la saque del campo y la traje hasta aquí.

—no tengo judías ocultas —le respondí con frialdad— no me expondría por una de ellas, se mi lugar —fui consecuente y convincente— no es necesario que usted venga hasta aquí a registrar mi hogar...

—¡NO SOY TONTO, THEODORO!, explícame porque las ropas femeninas, los zapatos y este maquillaje —me exigió.

—espero tener una esposa después de esta guerra, padre, y quiero que tenga lo mejor cuando ese momento llegue, verifica, todo tiene sus respectivas etiquetas —le desafié— hazlo y luego vete —le sugerí con firmeza.

Amor EntreguerrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora