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Cuando estuvo lista acaricié su mejilla y besé cada uno de sus moretones, quería matar al infeliz de Erick, pero no podía sería demasiado notorio que la quería ayudar trataba de pasar desapercibido, pero Müller me tenía entre ceja y ceja. Le indiqué que  saliera primero del sanatorio, era peligroso que nos vieran juntos, ella caminó y tomó la manilla de la puerta, se detuvo y volteó a mirarme, estaba regresando hacia a mí, rodeo sus brazos alrededor de mi cintura y se quedó así por largos segundos.

—gracias por todo lo que haces por mi Theo, jamás podré pagarte nada de lo que has hecho —dijo mirándome a los ojos.

—no quiero que me devuelvas nada Isabella, este simple gesto significa más para mí que cualquier cosa en el mundo —comenté abrazándola con fuerza y besando su frente.

Ella me miro por última vez y noté como le costó sonreír, estaba llena de heridas en su rostro y así debería salir de aquí, se había ido, Isabella me hacía sentir algo inexplicable, nunca antes había sentido nada similar por una mujer, y mucho menos en tan poco tiempo.

Quizás si me había enamorado de ella, de la mujer prohibida...

Retiré el pensamiento inmediatamente, no estaba de nada seguro, pero estaba dispuesto a descubrirlo, acomodé las mangas de mi camisa, puse mi chaqueta tomé mi gorra y salí de ahí, todos trabajan, los soldados hacían guardia, apuraban a los prisioneros, el mismo infierno de todos los días. Atravesé el campo y llegué hasta mi oficina estaba cansado de todo esto, de la guerra, del campo, de la vida miserable que todos llevábamos en tiempos como este, me senté en el escritorio y observé la forma más segura para escapar de este lugar, yo había sido quien reforzó la seguridad, y ahora no sabía cómo sacarla de aquí, la puerta de mi oficina se abrió de golpe y para mi tranquilidad no era más que Hanh.

—no la podremos sacar esta noche —me contó sacándose el abrigo y acomodándolo en el perchero.

—¿por qué? —pregunté confundido.

—Müller hace guardia esta noche —dijo sentándose frente a mí.

Maldito Erick siempre tiene que arruinar todo...

ISABELLA PODOLSKY

Salí de ese lugar asustada, no quería volver nunca más, estaba esperanzada que esa noche me iría de aquí, ojalá fuera posible, miré hacia atrás cuando le vi salir, Theo era un ángel caído del cielo, y era eso lo que cada día me hacía darme cuenta que me estaba metiendo en la boca del lobo, era todo tan peligroso y nefasto, pero no me podía negar más, ese hombre se estaba ganando poco a poco mi corazón, sabía que era un locura, pero en estos tiempos solo debo aferrarme a la posibilidad de continuar con vida y de ser feliz, y si él se transformaba en esa razón en este mundo de malditos infelices que buscan su felicidad viendo sufrir a otros, pues que así fuese. Caminé atravesando el campo había olvidado el dolor físico y que todas me estuviesen mirando no me importaba, el daño que llevaba en el interior era aún más fuerte, tenía rabia contra ese idiota, pero no podía hacer nada, estaba sufriendo en completo silencio, como siempre lo he hecho, caminé lo más rápido que me dieron los pies hasta que llegué a la cocina, María estaba terminando la sopa de "verduras" diaria, me miró y llevo sus manos a la boca asombrada, debía tener un pésimo aspecto, no me había mirado, pero el dolor en mi cara no cesaba y aún me costaba mirar bien, los ojos se me habían achicado y los tenía hinchados, mi boca estaba con leves heridas, esto era horrible me costaba incluso hablar o sonreír, la observe no tenía mucho que decir, me acerqué a ella la saludé y me dispuse a ayudarle en lo que le quedará, la hora del almuerzo estaba cerca, y ya muchos terminarían sus labores, odiaba este lugar, odiaba a todos aquellos que le hacían daño a las personas, odiaba a Müller por hacerme más miserable de lo que ya lo era.

Amor EntreguerrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora