Capítulo 39

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—Aún sigo sin creer que he vuelto —me escondo feliz en su pecho. Él suspira aliviado.

—Ni yo. Primero ustedes dos y luego Ondina mientras estaba llorando en mis brazos. Se sintieron como miles de años.

—Pero eso me dije a mi misma que debía volver. Te lo debía —alzo mi mano y le muestro la pulsera con el dije de ancla. Él sonríe.

Nos levantamos del césped y me dice:

—Ahora corre, vamos a llegar tarde a clases.

—De todas formas llegamos tarde, genio.

—Entonces me temo que será mejor saltarnos la primera clase.

—De hecho, tenemos dos horas de matemáticas.

—Entonces, ¿no?

—No, tengo que presentar una lección atrasada.

—Me quejaría, pero te vez bonita de responsable.

Ruedo los ojos a pesar de sentirme halagada  y lo jalo para entrar.

El profesor termina mandándonos tarea extra por llegar tarde y la clase entera nos abuchea, pero ni siquiera ellos comprenden la inmensa alegría que siento al ser parte de algo normal de nuevo.

Las horas de clase, el recreo, la entrega de tareas atrasadas y lecciones terminan siendo divertidas junto a Elliot, y aunque extraño a Ondina y Erick a pesar de que sólo pasaron un día dentro de estas paredes, puedo decir que estoy orgullosa de mis actos.

— ¿Así que te puso diez? —me pregunta Elliot cuando volvemos a casa.

— ¡Sí! ¡Ni yo me lo puedo creer! Esperaba un siete u ocho, pero me puso diez así como así, ni siquiera vio si estaba bien.

—Eso será porque debe haber visto tus registros de los colegios anteriores. El viejo Johnson siempre revisa el expediente de los estudiantes.

—¿Por qué?

—No lo sé, hace lo mismo con todos los nuevos.

—Pero tú le caes bien a pesar de todo. Y no eres ni de lejos un angelito.

—Es que es el hermano de mi abuelo.

Mi alma se cae al piso.

—¿Qué?

— ¿Sorprendida?

—Demasiado, diría yo —lo miro sin creerlo. ¿El viejo Johnson y Elliot?

—No lo divulgo mucho, pero el viejito me quiere. Yo me hago querer a mi manera.

—O... de seguro los manipulas, así como le enseñaste a Erick.

— ¿Te lo dijo? —comenta sorprendido— ¡Qué bocón!

Le pego un codazo en las costillas.

—Me dijo que te iba a extrañar. Fuiste un buen mentor —le doy unas palmaditas en la espalda.

—Crecen tan rápido. Un día los tienes y al otro ya no —comenta dramáticamente como madre.

Niego divertida y meto la llave en la puerta de casa.

— Elliot, ¿Tus padres saben que prácticamente estás viviendo solo conmigo?—le pregunto cuando logramos entrar.

Deposito mi mochila en uno de los muebles.

— ¿¡Qué!? —grita papá desde la cocina.

— ¿Papá? —le pregunto a pesar de que lo veo.

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