Capítulo 3

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Mi mirada viaja tan deprisa hasta su rostro que no me da tiempo para saber qué debería de esperar. Sus ojos están clavados sobre los míos, su cuerpo rígido en medio de la penumbra de la noche y en sus pies solo un calzado, al parecer ha perdido el otro por el apuro. No hace falta que me vea a mí misma para saber que tengo la misma expresión de confusión en mi rostro; como si viese un imposible, un muerto en vida frente a mis ojos.  

Él sigue mirándome, ahora es algo cercano al reproche. Esquivo la mirada sintiéndome de repente pequeña frente a él. Hay una enorme duda creciendo en mi interior, asfixiándome, impidiéndome formular la pregunta que deseo hacer.

—¿Papá? —susurro insegura. 

Mis labios han utilizado una palabra que me ha parecido ajena durante mucho tiempo. Mi corazón late desbocado, angustiado, como si fuese a llorar. ¿De verdad es él?

Cierro los ojos con fuerza al sentir la repentina oleada de recuerdos: Veo el rostro de aquel hombre angustiado, feliz, llorando, sonriendo. Su perfil bajo diferentes matices de múltiples puestas de sol y lunas, y el brillo de sus ojos cada vez que corría a sus brazos.

Este hombre es mi padre.

Las lágrimas dejan de contenerse y me pregunto cómo llegué a esto. Me pregunto qué tuvo que haber pasado para que fuese capaz de olvidar a este hermoso ser humano.

Corro una vez más hacia sus brazos como cuando era niña y tenía miedo del coco, como cuando me lastimaba por andar en bicicleta, cuando llegó la primera decepción amorosa, cuando mi cuerpo cambió y estaba aterrada... Como cuando era feliz y lo ignoraba por completo.

—Oh, cariño —sus brazos me reciben con un cariño que creía perdido.

Me aferro a su espalda y lloro en su hombro. Siento rabia, dolor, impotencia. ¿Por qué alguien querría separarme de él?

Intento hablar cuando me separa y acoge mi rostro entre sus manos.

—Todo estará bien —lo veo directo a sus ojos cuando lo dice. Hay seguridad reflejada en ellos y lo anoto como una promesa interna cuando me vuelve a abrazar.

Esta vez me limito a asentir. Sé que lo ha prometido y aquello es suficiente para que el dolor se transforme en esperanza y la esperanza en la paz que no sabía que necesitaba.

Los segundos pasan y los sollozos se agotan. El silencio de la noche ha vuelto a reinar.

El rostro de mi padre se aleja cuando se separa y vuelve a observarme detenidamente. Hay un leve rastro de alegría y luego una exhalación larga de alivio. Ha dejado ir una enorme carga.

Me pregunto cuánto ha de haber sufrido en mi ausencia.

Necesito preguntarle.

—Ya habrá tiempo mañana, cielo —me detiene nuevamente. Besa mi frente y susurra buenas noches.

Me quedo parada en medio de la habitación. Veo mis pertenencias apiladas en cajas de cartón, parecen tener algún tiempo así. El plástico que recubre el armario, televisor y computadora luce opaco. ¿Por cuánto tiempo me habré ido?

Abrazo mi cuerpo involuntariamente. Me siento ajena a este panorama tan tenue.

Me acerco a la ventana una vez más. La luna sigue radiante en el cielo y siento como me llena, pero también como me aterra. Saber que dejé algo atrás, haya sido por decisión propia o no, me intriga y asusta por partes iguales. Por ese motivo prefiero renegar del llamado del astro. Necesito más tiempo, necesito saber qué pasó esa noche.

Bajo el vidrio de la ventana y cierro sus cortinas. Espero que la verdad no sea tan arrolladora como sospecho.

Mis manos halan el plástico que recubre la cama y una ligera capa de polvo se levanta en el ambiente. Me quedo mirando mis manos, el tacto ha sido diferente, tan seco que podría creer que estoy loca.

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