Capítulo 12

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—Vamos, levántate que ya es hora de despertar— La cortina se abre y sus aplausos retumban en mi habitación. 

Me quejo en mi lugar para evitar la luz y me doy la vuelta. Entonces recuerdo lo que pasó y a Elliot besándome antes de pedirme que intente descansar. 

—Elizabeth Tama...—Me incorporo de pronto y toco a mi lado para encontrarlo—Vaya, hasta que al fin te despiertas— pero no hay nada — ¿Qué sucede? —niego.

Mi padre me mira de una forma extraña y luego se marcha de la habitación. 

¿Habrá sido un sueño?

Suspiro y me levanto para vestirme. Sin importar todo el lío que ocasioné ayer aún debo ir a clases. 

—Te noto algo decaída — menciona durante el desayuno.

¿Qué supone que debo responder?

—Si quieres hablar de ello aquí estoy —me recuerda.

Pero realmente no creo que él quiera saber. ¿Cómo tomaría el hecho de que mamá aún está viva pero no tiene el mínimo interés en volver a verlo?

A veces es mejor vivir en la ignorancia.

—Lo sé .

—Elliot me dijo que habías despertado en la madrugada —me atraganto con el cereal. ¿Entonces no fue un sueño? —Creí que ya estabas bien como para regresar al colegio.

No digo nada. Papá acepta mi espacio y no insiste más, pero sin duda no pasa por alto que termine de comer rápido. ¿Qué pensará de mí cada vez que no soy capaz de contarle mis problemas?

Él definitivamente no era así antes de que todo esto pasara. ¿Tiene miedo de saber? ¿Por eso no insiste más?

Me despido de él y subo a mi recamara. Un problema a la vez. Necesito resolver lo de Elliot primero. 

Miro mi reflejo en el espejo mientras me cepillo. La chica que veo luce demasiado ansiosa por respuestas y sin embargo temerosa por la respuesta que pueda recibir. Mi reflejo niega. No tenemos tiempo para dudar, solo la verdad puede darnos una respuesta, seguir esperando podría traer más problemas. Si tengo que acabar con todo esto lo haré, simplemente lo diré todo. Será Elliot quien decida que hará al respecto. No cargaré más con esto.

Al terminar de cepillarme y medio amarrarme una coleta, bajo corriendo para despedirme de mi padre y me apuro para tomar un taxi. Pero a pesar de todos mis esfuerzos llego tarde. Solo una palabra: tráfico.

Toco con dos dedos la puerta para pedir permiso y la maestra Kaitlyn Daniels de matemáticas me echa una mirada de sorpresa, pero no crean que es una de "¡qué bueno que hayas venido!" No, esta mirada es de "como así se te ocurrió dar la cara". Sonrió tímidamente con la esperanza de llegar a su corazón duro y pasar de esta.

—Hamilton estas no son horas de...—Oh, sí, hoy yo seré su pato, pero los demás me lo agradecerán. No tendremos clases.

Luego de veinte y cinco minutos de sermón Doña dolores decide dejarme pasar. Los siguientes quince minutos restantes la maestra dirige su "necesidad de aconsejar" hacia todos nosotros. Pronto el timbre da paso a la siguiente hora y ella se despide con una mirada de advertencia. Le sonrío como si estuviese arrepentida de haber llegado tarde. Bueno, sí lo estoy, pero no por ella.

—Creí que no vendrías —me abraza por detrás y deposita un beso en mi cabeza. 

Trago en seco al volverme a sentir confundida. Vine a lo que vine y no puedo cambiar de opinión por más apetecible que se vea una vida así junto a él.

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