Epílogo

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¿Cuántos años han pasado?

Muchos.

¿Sigue Elliot conmigo?

No, él muy atrevido se me adelantó.

¿Qué si lo extraño?

Cada día en estos últimos tres meses.

Dejo la foto de bodas sobre la mesa de estudio y dejo un beso en mi nieto menor, Brais. Ha sido menos difícil la estadía aquí con ellos a mí alrededor, sobre todo con sus ojos azules haciéndome compañía.

Andra me lanza un despedida con su pequeña mano antes de tomar la de su madre que ha acabado de entrar.

—Ya nos vamos mamá, no podemos perder este vuelo —toma a Brais en peso.

—Fue bueno tenerte aquí, Kalani —la rodeo con mi brazos.

— ¿Vas a estar bien? —su voz se quiebra.

—Claro que sí, lo estaré.

— ¿Estás segura?

Sonrío y la alejo para poder ver sus ojos azules.

—Se te hace tarde.

Ella sonríe.

—Está bien, pero no olvides llamar, te esperamos para las siguientes vacaciones.

Asiento y la acompaño hasta la puerta.

—Conduce con cuidado —le advierto. Todos mis hijos salieron no sólo ojos azules, sino que también amantes de la velocidad.

Ella rueda sus ojos y se ríe con tristeza mientras el recuerdo pasa por su mente. Era Elliot quien siempre le decía aquello.

Cierro la puerta y no puedo evitar pasar mi mano por las paredes mientras subo las escaleras a mi habitación, hay tantos recuerdos en cada una de ellas.

Sobre todo aquel recuerdo sobre Blue, mi mascota. Logramos traerla al presente cuando abrimos un portal hace muchos años atrás.

Me recuesto lentamente en la cama y estiro mi brazo para coger uno de los emparedados que nadie podía hacer como Elliot, hasta que Kalani nació. Ni siquiera Ondina o Erick pudieron.

Suspiro y elevo mi mirada sobre la ventana para ver el mar. En alguna parte de aquel gran océano están ellos, y extraño no poder verlos como antes, ya han pasado veinte años desde la última vez que estuvieron visitándonos y presentándonos a su hermosa primogénita, Malya, quien entonces tenía quince años al igual que nuestros mellizos Solana y Kilian.

Tomo asiento y luego me dirijo al armario por una toalla y sombrero de playa.

Cuando cierro la puerta de la casa otro recuerdo llega a mí. La despedida de Solana y Kilian al cumplir sus dieciocho años, ellos nos dejaron para buscar su destino en el reino de Erick y Ondina.

Tomo asiento sobre la toalla extendida y coloco el sombrero en mi cabeza, aún recuerdo con exactitud cuando hace treinta dos años nos mudamos a Maui, aquí en Hawai, fue por eso que el nombre de Kalani fue de gran alegría aquí. Los extranjeros no siempre cogen un nombre nativo para sus hijos.

Un par de jóvenes con sus manos agarradas pasan frente a mí y recuerdo nuestra boda a la orilla del mar, así como los festejos de la graduación de Elliot como psicólogo y la mía como Arquitecta.

Una risa burlona se escapa de mis labios al recordar todas nuestras visitas bajo el mar, así como su sorpresa al saber que Kilian se casaba con Malya o cuando Solana, dos años más tarde, hacía lo mismo con el nieto del que fue mi profesor de historia durante mi corto periodo de estudio allá abajo. Ahora sé que cuento con dos nietos, en alguna parte del mar; Sakima que tal vez este rondando los quince y Oneida, que de seguro tendrá la edad que tenía cuando conocí a Elliot.

Un suspiro de alivio se escapa de mis labios al saber que estoy conforme con todo lo que ha pasado en mi vida, sin embargo sé que ya no me queda mucho, y aún hay algo por hacer.

Las horas pasan frente a mí y al caer la noche me levanto para ir a preparar algo para mi cena.

La casa se siente sola sin las risas de mis nietos o las de mis hijos, pero el sentimiento de satisfacción es mucho más grande.

Tomo asiento frente a mi cama mientras la gente duerme y cierro mis ojos mientras mis labios se mueven.

Cuando los abro me siento mucho mejor. Sé que el día ha llegado, así que no preocupo. Me dejaré llevar cuando llegue el momento.

Cojo el collar flotando en medio del espacio, el mismo que desapareció años atrás cuando más lo necesitaba, y paso la cadena de oro entre mis dedos, antes de tocar la concha con la sirena. Hay tantos recuerdos hermosos.

Sonrío y una lágrima cae de mi mejilla. Ha llegado la hora.

Un pequeño desliz resuena en el ambiente y pronto noto calidez, entonces comienza mi última misión tal como la recuerdo y cuando todo está listo y mi momento ha llegado, digo las últimas palabras. Antes de dar mí último suspiro.

—Ve por tu destino, Mempstra.

Sé que ella lo hará bien por las dos.

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