Capítulo 4

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—¡Tamara, levanta! —escucho a papá gritar desde la planta baja.

Ruedo los ojos. Detesto ese segundo nombre. ¿Por qué me tuvo que llamar de esa forma? Hay nombres mucho más bonitos en el mundo.

Tiro las sábanas y me dirijo al baño para cepillarme.

Hoy comienzo clases, pero no es algo en lo que tenga especial interés.

—Buenos días, cielo —tiene su habitual sonrisa matinal.

—Bueno días —tomo asiento en la mesa y me sirvo cereal en el tazón sin observarlo.

—¿Solo buenos días? —Repite con sarcasmo— no te hecho nada aún como para que te pongas de mal humor— Niega con una sonrisa mientras mantiene su mirada fija en la sartén.

Suelto un soplido de frustración. Siempre le ha hecho gracia mi mal humor. Vierto la leche y decido hablar. ¿Para qué alargar la espera?

—No quiero regresar al colegio.

—Ya hemos hablado de esto —me recuerda cansado.

—¡Es que no es necesario! ¿Por qué regresar cuando se supone que debería estar graduada?

—Se supone. Tú misma lo has dicho —lo miro impaciente—Tamara, yo nunca te he pedido mucho, pero realmente me gustaría que mi hija se graduase del colegio.

Me mira con súplica. Nunca he podido decirle que no. Lo sé, lo siento, no hacen falta los recuerdo que invaden de pronto mi mente.

—Está bien.

Retomo mi comida mientras me martirizo internamente. Tengo un cierto repudio personal por el colegio. La sola sensación de volver me genera un vacío extraño.

—Nadie notará que ya tienes 17 —habla tratando de subirme el ánimo.

—Eso no importa, igual y cumpliré los 18 pronto. —Le recuerdo— Me hubiera graduado joven y hubiera tenido todo un año para mí sola. 

Aquello último me hace quedar estática en mi lugar. Había hablado tras tener un recuerdo fugaz.¿Por qué quería un año para mí sola?

Mi padre pone los ojos en blanco. Sabe que no tengo ganas de cooperar.

Termino de desayunar y lavo el plato mientras estoy a su lado sin decir una sola palabra. Él parece demasiado concentrado como para fijarse en mí.

—Ve a vestirte, ya casi termino con tu lunch —suena divertido, en realidad sé que pondrá dinero en una bolsa de papel—, pero el resto es todo tuyo— me guiña.

Pongo los ojos en blanco. La cocina y yo no nos llevamos tan bien. Lo sé por los vídeos que vi anoche, muchos de ellos son de cumpleaños, vacaciones con papá, actividades de la escuela, etc. Pero sobre todo de cocinar, papá burlándose de la presentación de mis platos, yo tirandole harina, mi versión adolescente llorando porque se me quemó un postre, en fin, muchas cosas que me hicieron caer en cuenta de mi realidad. 

Cuando llego a la habitación enciendo el reproductor de música, recojo la toalla y me meto en la ducha. Mientras me baño no puedo evitar sentirme extrañamente contrariada, una parte de mi está tranquila al saber que tengo a papá cerca de nuevo, y la otra, me recuerda permanentemente que no soy como el resto, que en mi yace la oportunidad de descubrir lo que me pasó. 

¿Todas las sirenas habrían pasado por esto? ¿Renunciábamos a nuestra vida pasada o eramos obligadas a aceptar? Pienso en las pequeñas sirenas que veía en la colonia, había visto a algunas de ellas nacer. Ellas no podrían haber decidido, pero me preguntaba por los demás. ¿Cuántos podríamos haber sido seleccionados para decidir?

SIRÈNEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora