Capítulo 10

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Las últimas seis semanas pasan lento y mi desesperación entorno a Elliot crece cada vez más. Él no se despega de mí ni un sólo segundo y eso me aturde de muchas formas.

Ni siquiera puedo practicar. Cada vez que lo intento no duro ni un minuto porque Elliot aparece de la nada, como si su subconsciente supiese lo que hago.

Hasta papá parece haberse encariñado con él luego de que lo vio siguiéndome a casa durante varios días, porque sí, mi padre ahora lo deja entrar a casa como si fuera su hijo. Me cambió por mi verdugo. ¿Acaso eso tiene lógica?

Cierro el casillero con más fuerza de la que debería y algunos voltean a observarme. Pensar en esta situación me causa muchos conflictos emocionales. 

Observo alrededor pero no lo veo y aquello se siente raro. No había experimentado tiempo para mí misma desde hace mucho. Ojalá esté enfermo. Luego de clases podría pasar a dejarle algo de dulce en su casillero para no sentirme tan mal por querer no tenerlo tan cerca.

Empiezo a creer que al fin el destino practica la justicia.

—Buenos días, Ana —saludo a una chica de mi curso.

—Buenos días ¿Y Elliot? —se me cambia la cara. ¿Por qué siempre me preguntan por él, no pueden hacerlo ellas mismas?

—Creo que hoy no viene a clases —apresuro mi paso para entrar a clases antes sin ella.

Por culpa de Elliot parece que no existo para el resto si él no está a mi lado. Incluso Cam me ignora ahora. 

—¡Petit! —grita "mi amigo"  cuando entra a clases y corre a mi pupitre.

Algunas chicas voltean a vernos. ¿Y si mejor comienzo a armarle citas con él? Así gano algo de dinero y me consigo tiempo para mí al mismo tiempo.

Tiene su típica sonrisa de buenos días, soy genial, inteligente y todos me aman.

—¿No me vas a saludar? —se queja cuando toma asiento a mi lado.

—Buenos días. —digo en seco. Desde que comenzó con sus clases de francés se ha vuelto insoportable con su "petit" de arriba para abajo. 

Él se acerca a mi rostro y volteo a verlo confundida. Él parecer estar esperando un beso de mi parte.

—Ya quisieras.

 Se ríe y me quita la mochila de mi mano para sacar el libro. Se que me va a corregir los errores que tenga de la tarea porque piensa que es más inteligente que yo, pero hasta la vez solo ha encontrado dos errores. 

Fue una apuesta que él comenzó, si comprobaba que es superior a mí, entonces yo tendría que pagarle el almuerzo. Solo pasó dos veces y no estoy dispuesta a que se vuelva a repetir.

Alzo una ceja cuando veo que me entrega el libro sin decir nada.

—Deberías dejar de intentarlo. Nunca volverás a verme caer tan bajo. Dos veces son un límite que no pienso superar —quito el libro de sus manos y lo coloco sobre mi lado del pupitre.

—Bueno, parece que me tocará comprar el postre de hoy también.

—Ya te he dicho que no es necesario. Tengo mi propia comida.

—No se trata de darte de comer, se trata de mi orgullo. Hice un trato y debo cumplirlo. Rechazaste mis almuerzos pero al menos debo pagar con postre.

Ruedo mis ojos. A veces me exaspera.

—¿Adivina que te trajo tu amigo hoy? —se acerca demasiado a mi rostro y alza sus cejas para que le responda, pero como siempre, por un pequeño instante recuerdo lo ocurrido aquella tarde y me alejo de él. 

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