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Rhor era una provincia agreste, el tipo de lugar donde las horas se pasaban trabajando y la vida, por sobre cualquier otra cosa, era simple. Producía muchas cosas, pero su principal actividad era por lejos la ganadería. Sus cabezas de ganado sumaban varios miles en total, haciéndolos los principales productores de carnes y cueros de las Tierras Abiertas. La carne de sus animales y las diez variedades de queso que producían ocupaban el lugar principal en las mejores mesas de la Ciudad. Eso les permitía comprar productos de mayor complejidad técnica como medicamentos, binoculares, linternas, rifles, balas y otros insumos de complicada elaboración que siempre les venían útiles. Rhor también mantenía intercambio de cereales y hortalizas con pequeños poblados vecinos, muebles y leña con los Leñadores de los Bosques de Almeria, instrumentos musicales con los Artesanos de Valacuria, incluso productos de mar con el lejano Puerto Norias gracias a los mercaderes ambulantes y sus vehículos refrigerados. Entre los productos de cuero fabricados en Rhor, los bolsos y carteras, así como las fundas para cuchillos y navajas estaban dentro de las más bellas de las Tierras Abiertas.

Tal vez por su apego a la simplicidad, la ciudadela principal tenía el mismo nombre que la provincia

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Tal vez por su apego a la simplicidad, la ciudadela principal tenía el mismo nombre que la provincia. Estaba rodeada por altos muros que estaban compuestos por robustos troncos traídos de los mejores árboles de los bosques de Almeria. La entrada principal de la ciudadela estaba custodiada por un enorme portón que, aunque nunca había sido puesto a prueba en una batalla real, dejaba muy claro que sería más fácil tratar de atravesar los gruesos muros de Rhor que sus troncos indestructibles.

Aunque ya había caminado muchos días para llegar hasta la Ciudad, a Malcom le parecía que solamente ayer cuando su vida había cambiado tan abruptamente.

Venía caminando de vuelta a la ciudadela de una de sus extensas excursiones por la campiña, admirando sus muros protectores, justo durante momento que más le gustaba del día, el crepúsculo. Aquél efímero momento después de la puesta del Sol, durante el cual el cielo continúa iluminado. El aire tibio transportado por suaves brisas le traía los olores de la primavera mientras él traía en su mano lo más hermoso que había encontrado en cualquiera de sus excursiones. Respiró hondo, la vida le parecía perfecta, como si por fin cobrase sentido.

Sin embargo, en cuanto ingresó por la puerta principal de la Ciudadela, notó algo extraño. Las calles estaban atestadas de personas con la mirada preocupada, caminando velozmente de lado hacia otro. Él y Anna Blackrock se miraron perplejos, sin entender nada, durante un momento. Malcom estaba apunto de detener a uno de los transeúntes para interrogarle a cerca de lo que sucedía cuando, de imprevisto y por una afortunada coincidencia, los caminantes se encontraron con Scott Campbell, uno de los mejores amigos de ambos, quien había tomado hace poco los hábitos religiosos.

- Scott, ¿Qué sucede? – preguntó Anna.

- Las Bestias, – respondíó el interpelado – atacaron los rebaños del norte. Son cientos. No las pudieron contener.

Las Bestias eran los depredadores más temibles de las Tierras Abiertas, capaces de cazar y matar cualquier oponente sobre tierra firme. Su apariencia era la de enormes felinos, con patas delanteras equipadas con largas y afiladas garras retráctiles. Muy fuertes y robustas, poseían una poderosa musculatura y si las garras no cortaban fácilmente la carne de sus presas, un solo golpe de sus enormes patas podía partir los huesos de sus víctimas y causarles grandes hemorragias internas. Sus patas traseras eran algo más cortas, pero capaces de otorgarles gigantescos impulsos con los cuales lograban imponentes saltos para tomar por sorpresa a sus oponentes. Les daban rapidez y agilidad, y los hacía muy difíciles de contener. Sin embargo, el arma más temida de las Bestias eran sus robustos hocicos repletos de afilados dientes. 

Sus labios superiores e inferiores no se juntaban completamente, mostrando siempre algo de sus brillantes dientes, siempre dispuestos a cerrarse sobre una víctima y hendirse en su carne

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Sus labios superiores e inferiores no se juntaban completamente, mostrando siempre algo de sus brillantes dientes, siempre dispuestos a cerrarse sobre una víctima y hendirse en su carne. Parecían estar siempre listas para el ataque, siempre tensas. La expresión de sus ojos contenía una sola emoción, la furia. Eran una hipnótica mezcla de color turquesa, inyectados de rojo, con un iris amarillo brillante y tenían un solo propósito: fijar el próximo objetivo. Su sola mirada era capaz de paralizar algunos de sus objetivos, haciéndolos presas de un miedo que sólo se siente cuando se sabe que su muerte ha llegado inesperadamente y no hay escapatoria posible. Cuando fijaban la mirada en un objetivo, jamás se detenían y jamás retrocedían.

No poseían pelaje, en su lugar poseían una piel gruesa y semi-escamosa, muy dura y difícil de penetrar. Su color natural era una mezcla de gris, café y bermellón. Su sentido del olfato podía percibir la presencia de animales factibles de cazar a varios kilómetros de distancia, e incluso discernir su número y distancia, para saber si la caza valía el esfuerzo. El olfato sin duda era una de sus cualidades a considerar. En resumidas cuentas, el cuerpo entero de las Bestias era una fábrica de muerte. Una amenaza conocida pero, hasta entonces, lejana a la vida tranquila de Rhor.

- ¿Sabes dónde está mi madre? – Malcom le preguntó a Scott.

- Con el Consejo, – le respondió su querido amigo – hace ya algunas horas ha convocado una reunión extraordinaria. Vayan, los alcanzaré después, yo debo reunirme con mi Orden y las demás ordenes.

Malcom y Anna asintieron y no demoraron más, enfilaron a paso raudo hacia la reunión extraordinaria del Consejo donde hallarían a los pabres de ambos. Scott se les quedó observando un momento, reparando en las manos tomadas de sus dos amigos, quienes parecieron olvidar ése relevador detalle sobre a su nuevo estatus social.

- Hasta que por fin te decidiste ¿eh amigo?, – lo felicitó en voz baja con una sonrisa pícara – que bien, así, al menos una cosa hermosa tendrá este día fatídico para Rhor.


ENTRE BESTIAS - Parte I -  Hijo del Bermellón [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora