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Mucho antes de la conversación entre Cole y Malcom, quienes luego serían habitantes de Rhor pertenecían a la Ciudad. Eran gente tranquila inserta en una máquina insomne de la cual no se sentían parte. Les interesaban más las cosas de la vida que las del dinero. Trataron de promover la cooperación sobre el individualismo. El bien colectivo frente al egoísmo. Lo suficiente frente a lo excesivo. Tenían la firme convicción de que si ponían todo su esfuerzo en ello, las cosas cambiarían para bien. Creían que el mundo premiaba el tesón, en especial si las intenciones eran buenas y desinteresadas. Aprendieron que estaban equivocados.

Luego de muchos intentos, ellos entendieron que sus oídos no volverían a disfrutar del silencio. Optaron por abandonar la Ciudad y buscar una nueva forma de vivir, lejos de donde la esperanza parecía haberse vendido en una oferta. Muchos de los que se quedaron en la Ciudad no supieron entender sus razones y vieron el éxodo con recelo, y muchos creen en destruir aquello que es distinto.

Decidieron migrar hacia las Estepas Siempreverdes, a los pies de las Montañas Antiguas. Ahí había un espacio habitable, retirado y libre de asentamientos. Era un valle fértil y semisalvaje, de suelos profundos y pendientes suaves, usado por ganaderos para llevar a pastar sus animales. Por el centro del valle serpenteaba un apacible río de aguas transparentes. El valle estaba flanqueado en dos lados por montañas que aseguraban agua al valle durante todo el año. Sus otros dos lados estaban abiertos y permitían el paso de suaves brisas.

El río que recorría el valle desembocaba en una laguna sin nombre de tamaño mediano la cual atraía numerosos animales a sus orillas durante los meses estivales. La vegetación crecía libre y abundante, garantizando por lo tanto, buena caza.

Los autoexiliados viajaron semanas enteras. La caravana avanzaba lenta y quejumbrosa por los caminos que se alejaban de la Ciudad y, aunque el camino era difícil, sus corazones se aligeraban con cada paso que daban, pues a medida que se alejaban de la Ciudad respiraban un nuevo aire, de una pureza desconocida para ellos excepto en sus sueños. La vegetación aumentaba en abundancia y variedad, dándoles la bienvenida, mostrándoles colores que refrescaban su espíritu y les alimentaban las ansias de seguir descubriendo las maravillas que les aguardaban. Para amenizar el viaje, los peregrinos iban haciendo conjeturas sobre cómo sería su nuevo hogar. Los niños jugaban a las adivinanzas imaginando ríos de refrescos dulces y campos de paletas. Los mayores apostaban por vertientes de cerveza y emparedados que crecían en los arbustos. Los líderes de la caravana, sin embargo, sólo observaban, cautos y silenciosos. Sabían que lo que les esperaba no era un sueño, sino lo más lejano posible a un sueño. Sabían que si en el valle había ganado, entonces también habían otros habitantes: las Bestias, los amos y señores de las Estepas Siempreverdes. Callaban porque comprendían que si deseaban una tierra prometida deberían enfrentarse, sin ninguna garantía, a las criaturas más temibles de su mundo, ocupar su espacio y mantenerlos a raya. No sería nada fácil, así que dejaban a los demás fantasear. Les dejaban beber el último sorbo de felicidad que tendrían en mucho, mucho tiempo.

El viaje fue largo, pero por largo que sea, todo viaje tiene su final y acompañados de alegrías, pesares y esperanzas, los peregrinos llegaron a su destino. El valle cumplió su promesa. Era realmente hermoso, incluso más de lo esperado. Durante semanas habían estado escuchando que la primera vez que alguien veía el valle se quedaba sin aliento y, como en raras ocasiones, los cuentos resultaron ciertos pues su belleza era abrumadora. El valle era realmente magnifico, salvaje y peligroso en su máxima expresión, como toda naturaleza sin intervención, descontrolada dentro de su equilibrio perfecto.

Ahora tan sólo les restaba pagar el precio de lo ambicionado. Muchos hombres y mujeres murieron en la ocupación, luchando con las Bestias en condiciones terribles, con hambre, sed, heridos y privados de sueño. Pero nunca se rindieron. Sabían que no podían darles cuartel, ya que si flaqueaban, morirían, al instante, las Bestias no tomaban prisioneros, y ya se había sacrificado demasiado para perder. Eso les daba fuerza, pensar en los que habían sacrificado. Mientras más difíciles se hacían las cosas para ellos, más ganas de luchar sentían. Más anhelaban sus sueños. Aunque desplazar a las terribles Bestias parecía imposible, soportaron más allá de sus fuerzas, cavaron sus trampas de día y de noche, levantaron sus lanzas por encima de sus hombros adoloridos, y corrieron con sus piernas moreteadas, hasta que se ganaron el derecho de ocupar las Estepas Siempreverdes, a punta de sudor y sangre.

Pero no las mataron a todas. Los viajeros decían que no querían ser responsables de la extinción de una especie. Que no podrían vivir con eso y a la vez tener paz interior, justamente lo que iban a buscar. Que matarlas a todas no los haría diferente de ellas. Los reduciría a su nivel. Pero parece más lógico suponer que simplemente estaban demasiado cansados para matarlas a todas, demasiado agotados para atrapar las más veloces, las más fuertes y las que se defendían como equipo. Así que a éstas últimas las ahuyentaron del valle, usando una idea que pareció buena en ése momento. Empujaron ganado salvaje hacia las montañas, y con comida por delante y lanzas por detrás, las Bestias se internaron en las Montañas Antiguas. De entre los rápidos y fuertes que restaban, murieron los que no soportaban el frío o el hambre y los más jóvenes, dejando tras de sí un rastro de cuerpos. Mientras se alejaban de la invasión, buscando un lugar que les sirviera como nuevo hogar.

Así es como fueron conquistadas las Estepas Siempreverdes. Los nuevos dueños de las praderas decidieron fundar ahí la capital de su tierra prometida, el nombre escogido fue Rhor. Se dice que el nombre hace honor al rugido de las Bestias, para no olvidar que su nuevo hogar para vivir no fue gratis. Dicen que cuando las cosas son gratis no se valoran. Pensamientos de una mente primitiva. El río fue bautizado como Rio Danzante, por la forma en que serpenteaba por las praderas, la laguna sin nombre, en cambio, pasó a ser el Lago Aguasclaras. Decían también que desde ese día sus aguas parecían brillar más, como si le hubiese gustado su nuevo nombre.

Luego de la interminable lucha, les esperaba más esfuerzo y trabajo arduo, pues ahora debían construir sus hogares, cultivar la tierra y establecer un sistema social. Capturaron el ganado salvaje, lo domesticaron y se volvieron sus ganaderos, trabajadores del cuero y comerciantes de carne. Hacían trueques con pueblos nómades que viajaban entre los asentamientos de pescadores, agricultores y mineros haciendo posible comercio entre ellos, desde Puerto Norias hasta Valacuria. Luego de algunos años, transformaron el salvaje valle en algo apacible y acogedor. Se volvieron autosuficientes. Ya casi no necesitaban comercio con los demás pueblos excepto para adquirir medicinas y otras cosas que no podían fabricar por sí mismos. Al igual que su autoexilio, au autosuficiencia nuevamente provocó algunos resentimientos en la Ciudad, hubo quienes lo llamaron "aislamiento".


ENTRE BESTIAS - Parte I -  Hijo del Bermellón [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora