Scott arriaba a gente para que entrasen rápidamente a la Casa del Séptimo Día, su última oportunidad de refugio ante la inminente invasión de Rhor.
- ¡Vamos! - les decía parado en el umbral de la puerta haciendo un gesto con la mano - ¡vamos, entren rápido!
Las familias que habían sido advertidas entraban rápidamente por la puerta principal, tomaban asiento en uno de los muchos bancos del edificio blanco y se abrazaban. Los niños lloraban pues ya habían detectado el nerviosismo de sus padres y salir repentinamente hacia el templo religioso los había asustado. Los padres trataban de tranquilizarlos pero entre murmullos y frases como "el fin", "nos encontraran" o "no lo lograremos", hacían un pésimo trabajo. Scott se cercioró de que todos habían ingresado y luego procedió a cerrar las puertas con llave, trabarlas y bloquearlas. Luego, se dio media vuelta comenzó a calmar a las familias asustadas.
- Por favor, - decía con voz tranquila - necesitamos calmarnos. Debemos mantener absoluto silencio para que las Bestias no nos oigan si entran a Rhor. No debemos hacer ruido, escuchemos lo que escuchemos, incluso si estuviesen afuera de nuestra puerta.
Los niños seguían llorando y sus padres seguían abrazándolos. Scott se dio cuenta de que acababa de explicarles lo frágil de su situación en lugar de ofrecerles esperanza, no era de extrañar que no se calmasen.
- Amigos, - comenzó nuevamente - acompáñenme en oración. Vamos, cada quien ore a la deidad que desee, a sus ancestros si prefiere, pero debemos rezar en silencio. Pidamos por nosotros y por los que están allá afuera. En silencio.
Las familias, padres, madres, hijos e hijas, y los tres clérigos presentes obedecieron cerrando los ojos e inclinando su cabeza, juntando las manos y rezando en el más absoluto y solemne silencio. Tan profunda y terrible como sólo la cercanía de la muerte puede provocar. Un silencio que significaba más que mil palabras y que ni siquiera la guerra apunto de librarse se atrevía a interrumpir.
- ¡Hermanos de Rhor! ¡Sepan, que sus lamentos han sido escuchados! - se oyó al payaso gritar a través de un parlante en la Casa del Séptimo Día. Scott y los demás clérigos se miraron sin entender nada, atónitos - ¡Su sufrimiento no será en vano, buena gente de Rhor!
El payaso había apretado el comunicador de la radio y le hablaba al cielo como si pudiese comunicarse con las almas de los muertos a través de las ondas radiales.
- ¿Qué dicen? - dijo mirando hacia arriba y poniendo una mano detrás de una de sus orejas - ¿Qué fue? Oh, no se preocupen, su memoria no será borrada, ¡será vengada! Tomen sus palomitas de maíz celestiales y siéntense en la primera fila de la nube porque esta noche ¡vamos a patear trasero de Bestia! ¡Sí señor!
Scott corrió hacia el fondo de la Casa del Séptimo Día, mientras el público en la Ciudad aullaba de alegría y los últimos golpes de hacha ya casi derribaban las puertas de Rhor. Scott abrió de golpe la puerta que estaba al fondo del salón y vio la radio de Rhor.
- ¿La radio,- consultó uno de los presentes – está en la Casa del Séptimo Día?
- Sí, - dijo Scott - la torre. Es la estructura más alta de Rhor. En su interior está la antena.
Los malgastados, hambrientos, sedientos y desesperanzados refugiados del salón religioso no podían dar crédito a sus oídos. Miraban incrédulamente la radio emitir sus ruidos. Creían estar aluciando. Después de tanto tiempo sufriendo, creían que su necesidad estaba provocado delirios de ayuda.
- Sabemos que nos observan - continuó el Payaso - sabemos que nos pueden oír. Obsérvenos amigos, y cuiden nuestra espalda mientras cambiamos el pronóstico del clima porque haremos llover justicia sobre sus verdugos para que sus almas puedan descansar en paz.
- ¡Los escuchamos! - dijo la voz de Scott por el auricular.
El Payaso quedó perplejo, miró a sus tramoyas para ver si ellos tenían parte en este extraño acontecimiento. Los asistentes y tramoyas elevaron sus hombros en señal de no saber nada al respecto. Scott insistió - ¡Los escuchamos, cambio!
Malcom se incorporó de un salto y le arrebató el auricular al Payaso. De pronto un terrible dolor atravesó su cerebro, el inductor había interpretado el repentino gesto como un ataque al Payaso.
- ¡Agh! - gritó por el auricular.
Scott miró el auricular y frunció el ceño, había algo que reconocía en esa voz.
- ¡Argh! – gritó Malcom de nuevo por el auricular mientras se sujetaba la cabeza, el dolor aumentaba mientras más se resistía. El Payaso se regocijaba y ordenaba filmar todo con lujo de detalles.
- ¿Quién habla? - dijo Scott por el auricular.
- ¡Scott! - Malcom logró gritar finalmente - ¡Scott!¡Agh!
- ¿Malcom? - consultó Scott incrédulo - ¿eres tú?
- ¡Agh!¡Sí! - gritó su amigo devuelta entre revolcones - ¡Ah! ¡Maldito pedazo de chatarra en mi cabeza!
- ¡Malcom! - gritó Scott preocupado - ¿Qué sucede? ¿Estás herido?
- ¡No! ¡Argh! – gritó Malcom apenas entendiendo lo que gritaba - ¡estoy... ah... bien! ¡Mi cabeza!
- ¿Qué pasa con tu cabeza? – preguntó Scott.
- ¡Nada! – gritó Malcom a punto de desmayarse - ¡Voy con ayuda! ¡Voy con ayuda! ¡Dile a mi ma...
Malcom soltó el micrófono y se sujetó la cabeza en cuclillas, tratando de no perder el conocimiento ante el insoportable dolor. El Payaso recogió el micrófono y le habló a Malcom.
- Tienes que tener más cuidado chico, - dijo con una sonrisa - recuerda: nada de movimientos bruscos ni golpes bajo la cintura. ¡Jajaja! Pero la toma estuvo buena, necesitábamos algo cómico.
Luego se dirigió a sus asistentes.
- Agreguen música cómica a eso y transmítanlo - les dijo con un aire de satisfacción.
Las cosas estaban saliendo mejor de lo que había esperado. De pronto, Scott recordó que ya casi habían derribado las puertas de la Ciudadela de Rhor.
- ¡Rápido, – gritó - ayúdenme a abrir las puertas!
Todos corrieron hacia el lado opuesto del salón religioso y comenzaron a desbloquear sus puertas. Bor ya se había puesto su casco de guerra y había comandado formación de combate. Las antorchas de los perímetros de los grupos de asalto estaban encendidas y sólo un soldado continuaba embistiendo las puertas. Sólo uno hacía falta, las puertas ya iban a ceder en cualquier momento.
Bruscamente, las puertas se abrieron de par en par dejando a Scott salir corriendo de la Casa del Séptimo Día, corrió al tope de sus capacidades por la avenida principal de Rhor.
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ENTRE BESTIAS - Parte I - Hijo del Bermellón [COMPLETA]
ПриключенияSi te gustaron LOS JUEGOS DEL HAMBRE, has llegado a tu próxima adicción... Rhor está sitiada por la peor amenaza de las Tierras Abiertas: las Bestias, y se ve obligada a enviar a uno de los suyos a buscar ayuda. Pero, cuando gritas en una habitació...