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Malcom se quedó un rato en la entrada al mercado mientras disfrutaba una tras otra cada fruta que había comprado. En algún momento, su mente pensó que sería buena idea guardar algunas para más adelante, para cuando sintiera hambre, y efectivamente era una idea muy coherente. Pero por alguna extraña razón Malcom no podía parar. Cada vez que terminaba una fruta y se decía a sí mismo "bueno, ésa era la última por ahora", se sentía culpable, casi tonto, de no aprovechar la oportunidad que le habían dado. Casi en contra de su voluntad, se descubría estirando la mano para tomar otra fruta. Una vez posados sus dedos sobre ella, la sensación desaparecía, y así continuaba. No tenía cómo saberlo, pero la fruta había sido enriquecida genéticamente para causar adicción y poseían más azúcar que las frutas asilvestradas de Rhor.

Malcom pensaba mientras miraba la fruta en su mano. No sabía casi nada acerca de la Ciudad, ni siquiera tenía donde quedarse. Sólo tenía un montón de dinero que no servía para nada que él pudiese imaginar. Pero sobre todo no tenía idea de cómo llegar hasta el Payaso. Su mente quedó atrapada en estos últimos pensamientos intentando desesperadamente resolver el problema, pero por alguna razón, pensar era más difícil que antes.

De pronto su mirada se fijó en cuatro muchachos que venían caminando por la vereda en su dirección. Vestían pantalones ajustados de estilo a cuadros y colores fuertes. Sobre el torso usaban ropa más oscura. Algunos usaban poleras ajustadas, otros usaban chaquetas de cuero. Llevaban el pelo extremadamente corto por los lados y la parte posterior de sus cabezas y muy abundante por arriba y se habían depilado las cejas hasta casi no dejarse. Venían hablando en voz alta, casi gritando, y echándose bromas, como lo suelen hacer los jóvenes que carecen de preocupaciones cuando, de pronto, el más alto de ellos se fijó en Malcom. El resto volteó su cabeza inmediatamente hacia él.

-	¡Eh, amigo! - gritó el más alto - ¿tienes algunas de ésas para nosotros?

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- ¡Eh, amigo! - gritó el más alto - ¿tienes algunas de ésas para nosotros?

- Si, por favor, - dijo otro - tenemos mucha hambre.

Malcom miró dentro de su bolsa de fruta y observó que le quedaban sólo cinco. Lo pensó un segundo, pues eran lo único que tenía para comer, pero ellos le habían dicho que tenían hambre, al igual que él tuvo hacía un rato y fue ayudado. Tomó su decisión, guardó una última fruta en su bolso personal y les ofreció la bolsa del mercado.

- Sí, adelante, aquí tienen - dijo Malcom con una sonrisa.

- ¡Qué bien! ¡Muchas gracias amigo! - dijo eufóricamente el más alto.

- Eres una muy buena persona - remató el segundo en hablar.

- De nada - les respondió el benefactor frutícola.

Los muchachos tomaron la bolsa y siguieron su rumbo calle abajo. La mente de Malcom dio un brinco repentino. Giró rápidamente y les llamó.

- ¡Eh, Ustedes! - les gritó a los chicos mientras corría hacia ellos. Los chicos se detuvieron y se quedaron mirando entre sí. Cuando casi los alcanzaba les preguntó. - ¿Me pueden dar algunas indicaciones?

Los chicos se quedaron mirando entre sí.

- Sí, claro, amigo - dijo el más alto - ¿en qué te podemos ayudar?

- Necesito hablar con el Payaso, - agradeció Malcom es muy urgente.

Los chicos se quedaron mirando entre sí nuevamente.

- Sí, claro, amigo - dijo el más alto nuevamente, luego consultó a los demás - ¿Acaso no vive el Payaso cerca de la Tercera Avenida, chicos?

- Sí - dijo el segundo mas alto, mientras los otros dos asentían con la cabeza - cerca del Parque de la Libertad.

- ¡Muy cierto! El parque, - dijo uno de los que no había hablado nada - nosotros no vamos hacia allá, pero tal vez podríamos encaminar al amigo que ha calmado nuestra hambre, ¿no chicos?

- ¡Si, estupenda idea! - dijo el último en hablar y casualmente el más bajo de estatura - hace mucho tiempo que no vamos al parque y deberíamos pagarle una visita. A ver que se está asomando por allá.

Los demás chicos sonrieron generosamente.

- ¿Qué te parece amigo? - dijo el más alto tomando la palabra nuevamente - ¡Te podemos llevar hasta allá!

- ¡Sería genial! - dijo Malcom - ¡muchas gracias!

- ¡No nos agradezcas ahora! - dijo el más bajo, mirando a los demás - Hazlo cuando lleguemos. Vamos ya.

Los chicos iniciaron un rumbo desconocido, mientras el atardecer caía sobre la Ciudad, y Malcom los siguió.


ENTRE BESTIAS - Parte I -  Hijo del Bermellón [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora