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- Pero no las han visto, - replicó Malcom apresuradamente intentando entregar su mensaje desde otro ángulo, ya que no podía dar crédito a lo que oía - éstas son distintas. Más grandes y feroces, muy difíciles de matar.

- Aun así joven viajero, - respondió Jeremías - las Bestias son un enemigo indigno, y no hay gloria en asesinar a criaturas más débiles que nosotros. Animales que no pueden empuñar un arma. ¿Qué oportunidad tiene la uña y la piel contra el acero y el escudo?

- ¡Pero los necesitamos! - contestó Malcom desesperado - ¡Rhor los necesita! ¡No podemos esperar! ¡Estamos al borde del precipicio!

- ¡No podemos perder el tiempo en simples cacerías! - bramó Jeremías con voz de trueno y picando su espada contra el suelo.

Malcom guardó silencio pues comprendió que alzando la voz perdía oportunidades de éxito.

- Por favor, - continuó en voz baja - necesitamos vuestro acero. Es nuestra única esperanza. Hay familias enteras, bebés y ancianos. Por favor...

Malcom estuvo a punto de arrodillarse para agregar a la súplica, pero se retuvo a tiempo pues seguramente habría desagradado al General Jeremías, al considerarlo una demostración de debilidad y por lo tanto, poco honorable.

- Ya tienes tu respuesta hijo de Robin, - finalizó Jeremías - enfrenten vuestro final con el honor que supieron conocer en vida, y tendrán una muerte gloriosa y digna de nuestros archivos. No serán olvidados.

Malcom calló por un momento pues comprendió que ya no había respuesta positiva para su solicitud, menos aún de quienes no valoraban la vida como un fin en sí, sino como un medio para glorificación.

- Me pregunto, - dijo finalmente – si ésta es tú respuesta mi General, o la de ellos.

- ¿Qué dices, joven?

- El aire acá dentro, está demasiado denso.

- Aclara tus palabras.

- Para que el aire esté así de añejo, - acató Malcom - Usted tendría que haber pasado la noche entera dentro de este salón, y lo dudo. Además, el sonido aquí adentro no es propio del vacío. Nuestras palabras no rebotan sobre las paredes y pisos como deberían hacerlo en un salón vacío hecho enteramente de granito. Todo indica que junto a nosotros hay más gente.

Jeremías miró a Malcom impávidamente, sin cambiar su expresión en lo más mínimo.

- Y ya que han visto mi rostro, - continuó - me parece justo que yo también vea el de ellos.

Jeremías continuó mirando fijamente al cansado joven mientras levantó la mano izquierda lentamente. Las luces del salón se encendieron y aunque Malcom sintió un dolor punzante en los ojos, no los cerró. Los mantuvo bien abiertos para ver la cara de quienes se ocultaban en la oscuridad. A su alrededor, observó un centenar de hombres y mujeres de mayor edad que el hombre sentado sobre el trono. Hombres y mujeres de figura desgarbada y expresión cansada, que habían sido tallados por la disciplina y el rigor de un entrenamiento tan inflexible como legendario. Tan inalcanzable que había cobrado prácticamente su vida completa para alcanzar a dominar la perfección de la técnica. Sus dedos delgados empuñaban lanzas, escudos y espadas. Y aunque su habilidad, destreza y pureza en el combate no tenían parangón en las Tierras Abiertas, la fuerza y vitalidad había abandonado sus cuerpos. Ahora, estaban cansados de nunca entrar en combate, desgastándose entrenamiento tras entrenamiento, incapaces de encontrar jamás un oponente perfecto, suficientemente digno de sus habilidades y destreza. De entre todos los hombres que rodeaban a aquél sentado en el trono del General, Malcom buscaba uno en particular.

ENTRE BESTIAS - Parte I -  Hijo del Bermellón [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora