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Malcom vio delante de él un espacio oscuro, imposible de determinar en cuanto a dimensiones. En el piso vio dos filas de luces entre los cuales se marcaba una senda. Caminó por la senda. Con la poca luz que entraba por la puerta, pudo ver que caminaba por un pasillo relativamente estrecho. Entendió que esto era así para dificultar la entrada de ejércitos de atacantes. Las puertas se cerraron detrás de él. El lugar quedó casi a oscuras exceptuando por las luces sobre el suelo que marcaban su sendero. Sus manos se apoyaban en los muros de concreto. De pronto, sintió algo jalar su cinturón. Su bolso se pegó a una pared mientras su cuchillo tiraba ferozmente de la funda. Comprendió que se había activado una defensa magnética. Seguramente diseñada para retrasar hordas invasoras y retener sus armas. En esta ocasión, probablemente se trataba de asegurar que Malcom ingresase sin armas al fortín. Soltó su bolso y su cuchillo, lo cuales quedaron pegados firmemente a la pared. Sintió que el estrecho pasillo se inclinaba hacia abajo y continuó avanzando por la oscuridad, con una mano apoyada en la pared. Se sorprendió por el pulido extremo del muro. En todo su avance no percibió una sola irregularidad. De hecho, falló en notar cuando se produjo el paso desde el hormigón al granito de la montaña.

- Algo que escapa a lo meramente defensivo, - reflexionó.

Llegó hasta el fin del sendero. Las luces continuaban hacia su derecha. Sus ojos se habían acostumbrado a la oscuridad y con la poca luz del sendero pudo percibir otro pasillo que se abría hacia su izquierda.

- Seguramente, - pensó - esta bifurcación sirve para debilitar aún más los pocos invasores que puedan pasar a través de pasillo a la vez.

Avanzó por el pasillo hacia la derecha, casi inmediatamente, Malcom pudo percibir escalas y pasillos por todas partes, como un laberinto diseñado para confundir al enemigo. Lo más probable, era que el laberinto estaba lleno de trampas. Los senderos se iluminaron indicando una escala en caracol hacia abajo. Bajó por la escala, atravesó pasillos y cruces de pasillos, observando cómo el laberinto se hacía más y más complejo. Finalmente, las luces lo guiaron hacia una puerta. Se plantó delante de ella y en el momento en que iba a golpear a la puerta, ésta se abrió.

- Realmente tienen una fijación con esto de no tocar las puertas - dijo en voz baja apenas audible pues no deseaba ser oído.

Malcom vio delante de él una densa oscuridad, sólo interrumpida por una figura solitaria, un hombre, a unos cuarenta metros, sentado sobre un trono grande en tamaño, pero austero en decoraciones. Vestía una indumentaria de batalla completa consistente en una cota de malla bajo una brillante armadura de tórax, brazos y piernas. Aunque no llevaba puesto el casco de guerra, en sus grandes manos calzaba guantes de batalla. En su mano derecha sostenía una enorme espada cuya punta se apoyaba en el suelo, su mano izquierda se apoyaba sobre el brazo del trono, pero manteniendo una actitud tensa. El hombre tenía una postura digna de un rey, una mirada que parecía capaz de traspasar el mismísimo granito de las murallas, y un físico de gran corpulencia, capaz de notarse incluso debajo de su armadura de guerra. Tenía el pelo algo canoso, rasgos faciales masculinos muy marcados y una barba corta que adornaba su quijada cuadrada.

Malcom estimó que el hombre debía encontrarse cerca de los cuarenta años de edad, cuando se está al tope de la mezcla de fuerza y destreza en el combate

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Malcom estimó que el hombre debía encontrarse cerca de los cuarenta años de edad, cuando se está al tope de la mezcla de fuerza y destreza en el combate. Concluyó que debía ser el General Jeremías el Vil. El líder de los Milicianos se había ganado ese apodo por dos razones: en parte porque era el séptimo de su linaje y al pueblo le parecía gracioso el juego de palabras de VII a Vil, y en parte porque tenía un espíritu de acero y una voluntad inflexible. Entre otras cosas, se había hecho famoso por elevar la rigurosidad y el castigo del entrenamiento miliciano a niveles sin precedentes. Quería que sus Milicianos fuesen los más fieros y los mejores jamás forjados.

- General Jeremías el Vil, - pensó - ahora sí que ésas Bestias sabrán lo que se siente meterse con alguien más grande que ellas.

El hombre hizo un gesto a Malcom indicándole que atravesase el umbral de la puerta y éste obedeció traspasando el portal con la mirada fija en el hombre. Cuando se encontraba a unos diez metros del hombre, éste hizo un gesto para que se detuviese.

- Malcom Strongchild, - dijo el hombre - hijo de Robin, Matriarca de Rhor, dices ser.

- Es quien soy, - contestó el aludido - ¿de qué otra forma conocería la ubicación de vuestro fortín? o vuestro nombre, General Jeremías Ironwill.

- Es verdadero entonces, tu nombre y tu linaje, Malcom hijo de Robin. Ahora veremos con qué propósito nos visitas. Imaginé que no debe ser porque andabas por las cercanías.

- Vengo con una oferta General Jeremías, - explicó el joven - y a la vez vengo con una súplica.

Jeremías levantó una tupida ceja ante las palabras de Malcom.

- Hace aproximadamente una semana, - prosiguió - nuestro pacífico pueblo fue atacado por las Bestias.

Un leve resplandor pasó por los ojos del General. Malcom percibió el brillo y comprendió que había captado su interés, al parecer iba por buen camino.

- Atacaron nuestros rebaños del norte primero, - persistió - pensamos que luego se irían, que sólo buscaban algo de caza, pero llegaron más y más. Descendieron de las montañas por hordas. No las pudimos repeler. Muchos hombres buenos cayeron intentando detenerlos o al menos retrasarlos. Sus cuerpos aún yacen afuera de la ciudadela, sobre los campos de Rhor. Los que pudieron, se refugiaron tras los muros de nuestra ciudadela. Ahora nos han sitiado. Tenemos agua y comida en alguna cantidad, pero no estábamos preparados. No nos durarán mucho. El tiempo se nos acaba.

Jeremías escuchaba atento la historia de Malcom.

- Lamentamos oír estas noticias joven mensajero, – dijo después de una extraña pausa - ¿Qué relación tienen con tu visita a nuestra base y la oferta que nos traes?

Malcom se descolocó un poco pues a él le parecía que la idea era bastante obvia.

- Mi visita tiene el propósito de suplicar vuestro glorioso auxilio en nombre de Rhor, mi General, - dijo insistiendo - mi oferta consiste en la gloria que acompaña vuestro generoso acto de ayuda, la liberación de mi pueblo, y la batalla desigual que se debe librar para lograrlo.

Jeremías observó fijamente al extenuado caminante delante de él. De pronto, esbozó una sonrisa.

- Joven Malcom, - contestó - has caminado muchos días para llegar acá, carente de comida y descanso, sin duda que tu petición de ayuda es legítima. El pueblo de Rhor debe estar sufriendo mucho y su Matriarca junto con él. Robin es uno de los mejores. Un líder ejemplar y entregado a su gente. Una mujer de honor y palabra. Digna de visitar nuestra base y salir viva. De conocer nuestra forma de vida, y lo hizo bien, enviando en su lugar a otro igualmente digno de entrar en nuestro fortín. Robin ha demostrado profundo conocimiento sobre nosotros y respeto por nuestras costumbres, soberanía y patria. Consideramos a Rhor nuestros aliados, nuestros amigos y nada nos gustaría más que acudir en vuestra ayuda.

Malcom sintió una oleada de relajo bajar por su cuerpo, mientras daba gracias a las estrellas por las palabras de Jeremías.

- Sin embargo, lamentamos no poder asistirles, - dijo Jeremías, - verás, las Bestias carecen de inteligencia y entrenamiento, y por lo tanto, no son un digno adversario para nosotros.

Malcom sentía que su interior era de vidrio y se quebraba en mil pedazos.


ENTRE BESTIAS - Parte I -  Hijo del Bermellón [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora