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Malcom Strongchild estaba hipnotizado mirándola. Ella era por mucho la imagen más impresionante que él había visto en su corta vida. Voluptuosa, lasciva y cautivante, imposible de apartarle los ojos. Él había imaginado ese momento muchas veces, pero estar allí frente a frente con ella, era una experiencia completamente nueva y nada lo había preparado para eso. Ella le sonreía y le daba la bienvenida, pues sabía para qué él estaba allí parado frente a ella, sabía muy bien lo que Malcom quería y lo observaba atentamente, curiosa, sin apartarle la vista, con sus brazos abiertos, como una gran madre que no quiere que sus hijos se le aparten. A ratos, a él incluso le parecía que ella respiraba.

Malcom se encontraba frente a la Ciudad, la capital de la Provincia de Sibaria. Una inmensa masa de concreto, acero, vidrio, luz, zumbidos, sirenas, olores, música, vibraciones, gritos y colores que estaba justo delante de él. Ni siquiera podía comenzar a describir la mezcla de sensaciones que la vista delante de él le estaba causando. Asombro, curiosidad, miedo, alegría, rechazo y algunas emociones más que, hasta entonces, él desconocía. A decir verdad, habría podido estallar un incendio a su lado y él no lo habría notado. Había oído decenas de historias sobre la Ciudad en su pueblo, a la hora de la tarde y cuando las fogatas iluminaban la noche. Incluso había visto fotos de ella, aunque en ese momento le pareció que debían ser antiguas porque algunos edificios altos no estaban en las fotos.

La única entrada a la Ciudad se constituía por dos enormes columnas coronadas por un gran arco de piedra que se imponía sobre todos sus visitantes

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La única entrada a la Ciudad se constituía por dos enormes columnas coronadas por un gran arco de piedra que se imponía sobre todos sus visitantes. Grabado en el arco podía leerse una leyenda que decía: Bienvenido a Hedonia, gane satisfacción todo aquel que no salga de aquí. Malcom levantó una ceja y sus dos hombros, no supo que pensar de eso. Bajo el arco, la entrada poseía grandes puertas de concreto que tenían poco valor práctico y más valor simbólico, por dos razones: la primera, nunca se habían cerrado; la segunda, no existía ningún real impedimento para entrar por otro sector. La entrada principal no estaba incorporada a ningún muro, sino que se erguía en medio de la nada. Así que la bienvenida a la Ciudad era universal y abierta a todo aquél que la quisiera.

La Ciudad se emplazaba dentro de un pequeño lago de aguas poco profundas y extremadamente azulinas llamado Belliscia Comn, que significaba las Aguas Bellas y Comunes, en alguna lengua ya desconocida. Por un lado del pequeño lago, hacia el frontis de la Ciudad, se ubicaba un hermoso valle con amplias explanadas de pastos verdes con soberbios árboles solitarios que se abrían hacia las Tierras Abiertas que se interponían entre ella y los demás pueblos. Por el otro lado del lago, a espaldas del frontis de la Ciudad, se erguían majestuosas montañas coronadas por nieves eternas desde las cuales manaban riachuelos de aguas cristalinas que serpenteaban ladera abajo, esquivando grietas y atravesando alegres bosquetes multicolores, aún sin estar en otoño, hasta alimentar las siempre tranquilas aguas del pequeño lago Belliscia Comn que parecía rodear y abrazar cariñosamente a la Ciudad. Desde lejos, el lago producía un efecto de espejo que hacía parecer a la Ciudad más magnífica aún de lo que era, tanto de día como de noche.

Las historias que Malcom conocía decían que una vez que entrabas, ella te engullía, te embrujaba y te enamoraba. Aunque él ya comenzaba a percibir tal efecto, su alma estaba en otra parte. La verdad es que allí, en la entrada principal de la Ciudad, valoró más que nunca su pueblo natal, Rhor.

 La verdad es que allí, en la entrada principal de la Ciudad, valoró más que nunca su pueblo natal, Rhor

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ENTRE BESTIAS - Parte I -  Hijo del Bermellón [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora