2.7

112 22 0
                                    

Malcom no sabía exactamente la hora que era, pero sabía que era cercana al mediodía pues el sol estaba en su cenit. Miró a su alrededor detenidamente, veía los edificios, las vitrinas, las calles y veredas, todos llenos de gente gastando. Sin embargo, ésta vez Malcom no se sintió abrumado por los estímulos constantes de la Ciudad. Al contrario, extrañamente deseó ser parte de ella. Miró de nuevo a la gente en sus restoranes, le parecían ser tan felices, tan extremadamente felices. Quiso ser parte de ellos. Hablarle a esa bella y espigada mujer que miraba la blusa que se iba a comprar. Sintió que sería muy afortunado si esa mujer lo aceptase como amigo. Ya estaba pensando en qué podría decirle, ya empezaba a echarle de menos ante los segundos que pasaban sin establecer contacto. De pronto, un zumbido en su bolsillo lo sacó de su trance. Malcom, extrañado, metió la mano en su bolsillo. Sacó el fajo de billetes. El fajo volvió a zumbar y un pulso de colores lo recorrió nuevamente. Parecía estar alegre. Zumbido. Zumbido. Se sintió contagiado de la alegría. Comprendió lo que pasaba. El dinero quería ser gastado. Miró hacia el lado opuesto de la calle y vio un restorán del cual entraban y salían personas. Parecían estar comiendo pastas gratinadas cubiertas con salsa de tomate. El olor que se escapaba por las puertas era el olor del cielo. Revisó el listado de lugares en los cuales podía comer. Efectivamente ése era uno. El dinero le estaba avisando que estaba frente a un lugar donde podía gastarse. Malcom ya comenzaba a babear de hambre, cuando pensó que lo mejor sería explorar otras posibilidades. El dinero zumbó más fuerte que nunca en su bolsillo a medida que se alejaban del restorán. Como un niño con rabieta que se aleja de sus dulces preferidos.

Comenzó a vagar sin rumbo y a tratar de pensar en cómo llegaría hasta el Payaso, pero pensar se le hacía difícil. Aún se encontraba sumamente afectado por los anestésicos, y tenía la mirada perdida e incontrolablemente dirigida hacia los grandes letreros luminosos que dominaban las techumbres de los edificios. Cada vez más, razonar se le hacía sumamente difícil, de hecho apneas podía mantener su misión en el centro de su atención por unos segundos y su mente comenzaba a divagar. Era casi como si tuviese telas de arañas en su cerebro. Sin embargo, Malcom no se sentía incómodo con esa situación, de alguna forma, algo le hacía sentir que todo iba estar bien, su pueblo podía soportar muchos días más aún, meses, incluso años quizá y las Bestias, probablemente se emanciparían luego y pasarían a ser sus mascotas o se aburrirían de esperar y se alejarían solas. Todo estaría bien, estaba seguro.

Malcom observó que mucha gente parecía estar en la misma situación. De modo que su propia mirada idiotizada y sus movimientos descoordinados pasaban inadvertidos. Recordó su misión, sabía lo importante que era para su pueblo que actuase rápido, sin embargo no podía reaccionar al respecto. De pronto, reparó en un mercado de verduras. Le recordó a su querido Rhor, donde las manzanas y lechugas olían siempre tentadoras. Vio todo tipo de frutos, algunos exóticos, otros conocidos. Sus sabrosos colores y tierna suculencia, parecían canto de sirena para las entrañas de Malcom que había comido frutas y verduras casi sin preparación toda su vida. Entró sin pensarlo. Cuando cruzó el umbral del mercado, el dinero en su bolsillo dio un brinco fuerte contra su pierna, como si lo estuviera castigando. Malcom comprendió que ahí su dinero, no servía.

Comenzó a pasear por los pasillos del mercado en verdadero éxtasis, mirando las hermosas frutas que no podía comprar, oliendo los aromas cítricos que bendecían su olfato, disfrutando los brillosos colores frente a él, pasó suavemente sus dedos por encima de algunos, recordando cómo él y sus amigos solían disfrutar de una jugosa fruta mirando los hermosos atardeceres de Rhor. Los recuerdos parecían dominar por complete su mente, nada podía distraerlo de su trance.

 Los recuerdos parecían dominar por complete su mente, nada podía distraerlo de su trance

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

- Se ven muy ricas, ¿no? - dijo una voz a su lado, una voz de terciopelo.

Malcom giró y vio un hombre de pelo grisáceo que examinaba cuidadosamente las frutas, tomaba algunas, las miraba de cerca, las olía y tanteaba su consistencia. Cuando encontraba alguna que le gustaba, sonreía lleno de satisfacción, como si hubiera encontrado un pequeño tesoro de su infancia. Tomó una de color amarillo anaranjado y la colocó en su canasta. Luego miró a al chico y sonrió de nuevo. Su sonrisa era cálida y sincera, no le causaba a Malcom la sensación de desconfianza que la amable sonrisa de la agente de crédito le había causado. Extrañamente, sintió la necesidad de agradarle al hombre.

- ¿Te puedo confesar algo? - continuó el hombre acercándose a Malcom y hablando en voz baja - a veces ni siquiera compro una sola. Entro a este local solo para olerlas y tocarlas. ¡Es que son tan escasas hoy en día! La gente ya no prefiere lo real. Prefiere comprar un sucedáneo de algas genéticamente modificadas, artificialmente saborizadas y aromatizadas.

Era un hombre de mediana edad, con certeza se acercaba a los cincuenta años, alto y corpulento, de facciones fuertes y cuyo rostro revelaba una vida de trabajo. Tenía el pelo ondulado y hasta la mitad del cuello, y la voz ronca y profunda, llena de experiencia y sabiduría.

-	¿No llevarás ninguna hoy? - preguntó - están particularmente maduras en esta época del año

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

- ¿No llevarás ninguna hoy? - preguntó - están particularmente maduras en esta época del año.

- No puedo comprar ninguna.

- Y no te culpo, es cada vez más difícil desde que el gobierno aplicó impuestos a las verduras y se los eliminó a la comida chatarra, los azúcares refinados y alimentos con sal.

Malcom no entendió casi nada, excepto que eso era malo.

- Pero, - el hombre parecía extrañado - ¿un chef sin dinero ni línea de crédito en el mercado de frutas? Eso es algo extraordinario.

- No soy chef.

- ¡No me digas! ¡Más extraordinario aun! Hoy en día los únicos que buscan frutas y verduras reales son los chefs, y yo. Bueno, también está la señora loca de los gatos, pero ella no cuenta creo.

- No soy de acá vengo sólo de visita. He viajado varios días y estas frutas me han recordado a mi pueblo y mi familia, pero no puedo comprar ninguna.

Malcom volteó hacia las frutas y tragó parte de la saliva que ya se le acumulaba en la boca. El hombre se percató del hambre de Malcom.

- Ah, ya veo - dijo - bueno, es un crimen dejar que aquellos que apreciamos las cosas buenas no podamos disfrutarlas. Escoge algunas.

- No, gracias, no podría usted es muy amable, pero...

- Pero nada, ya te dije, son muy pocas las personas que prefieren lo real a lo artificial y me niego a dejar que se sume uno más delante de mí. Vamos escoge algunas.

La cara de Malcom no pudo ocultar su felicidad e inmediatamente escogió algunas y las puso en una bolsa.

- Aquí tienes, - le dijo el hombre extendiendo un billete hacia él - con esto puedes pagar, y por favor quédate con el vuelto.

- Muchísimas gracias.

- No me des las gracias, – finalizó el hombre - gracias a ti.

Sonrió nuevamente hacia el hambriento joven y siguió por el mercado. Malcom pasó por las cajas registradoras y antes de haber salido del mercado ya estaba hundiendo sus dientes en la primera de las frutas que había comprado. La sensación fue como morder un pedazo de su hogar. Los recuerdos inundaron su mente, a medida que sentía los deliciosos y astringentes jugos bañar su lengua, podía ver los campos de Rhor y oler la hierba bajo sus pies. Había pasado tanto tiempo desde que sentía tanta satisfacción que casi se le escapó una lágrima. Una simple fruta fresca había sido lo más hermoso en su vida desde hacía semanas.


ENTRE BESTIAS - Parte I -  Hijo del Bermellón [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora