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Cierto día, Malcom y su gran amigo Scott habían puesto particular esfuerzo en la caza de ratones que invadían el maizal del Sr. Bill Ward, que vivía a unos 8 km del centro de Rhor. Como siempre, Bill les había pagado por ratón, les había dado las gracias habituales y les pidió que volviesen la semana entrante. Luego de observar como los muchachos se alejaban, Bill se aprestó para ir a liberar los ratones al otro lado de la colina que custodiaba su casa.

El camino de vuelta les pareció eterno a los muchachos. Cuando el hambre les jaló la primera tripa se dieron cuenta de que habían trabajado más duro y por más tiempo que nunca. La hora usual de regreso se les había pasado, lo cual pronosticaba que no llegarían a tiempo para el almuerzo, y eso significaba que, por haber despreciado la comida que no les costaba nada ganar, sus padres los dejarían sin almuerzo y no les habrían guardado nada, obligándolos a esperar la cena, donde además tendrían que comerse las dos meriendas.

Además, haber retardado la salida tenía otro problema, el sol ahora les pegaba desde lo alto y, como buen sol de verano, no dejaba nada fuera del alcance de sus rayos abrasadores. Cada paso les parecía inútil pues el hambre se acrecentaba y el destino lejano sólo les prometía más hambre. Caminaban ya sin hablar entre sí, sintiendo sed, calor, cansancio, hambre y olor a rata. Malcom había elevado ya la tercera plegaria cuando, ante el asombro de ambos, vislumbraron una imagen divina que parecía responder a sus ruegos: la aguja de la torre de la Casa del Séptimo Día, la estructura más alta de Rhor, y la más robusta, después del Salón del Silencio. 

Sus paredes blancas estaban interrumpidas por un buen número de ventanas estrechas y su puerta principal era de madera de Lercau, casi tan dura como las paredes mismas

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Sus paredes blancas estaban interrumpidas por un buen número de ventanas estrechas y su puerta principal era de madera de Lercau, casi tan dura como las paredes mismas. El interior era de una sola nave, estaba decorado con símbolos austeros y minimalistas que representaban a todas las religiones de Rhor. Cada siete días, los devotos de Rhor acudían a la ceremonia de agradecimiento, donde todas las religiones estaban presentes. Una religión creía que el espíritu renacía en el mundo tomando distintas formas y cuerpos, otra decía que la vida era una oportunidad única para ganar una vida espiritual eterna, pero la religión más común en Rhor profesaba que un buen comportamiento durante la presente vida daba acceso a un mundo más fácil en la siguiente vida, y, por el contrario, un mal comportamiento obligaba a vivir en un mundo ligeramente más difícil. De modo que uno no sabía si venía de un lugar mejor donde se había portado mal, o un lugar peor donde había trabajado por el bien. Pero lo relevante era que así se continuaba mejorando eternamente y trabajando por lo bueno, el paraíso se ganaba de a poco, y por lo mismo se valoraba. Los asistentes agradecían a las deidades de su propia religión en forma privada, respetuosa y fraternal, sin establecer rivalidades o comparaciones. Al final de la celebración todos compartían un pedazo de pan como símbolo de unidad.

Malcom y Scott sabían que en el interior de la Casa del Séptimo Día encontrarían aire fresco y, la más importante: pan. Entraron sigilosamente y se robaron los trozos de pan, con el solo objetivo de apagar el hambre que ya les cegaba la razón. Sin embargo, una vez hechos del botín, decidieron que si ya habían metido la pata, lo mejor sería terminar de meter la pata por completo y disfrutar el espectáculo. Se escondieron tras las cortinas que estaban detrás de las plantas del fondo del templo.

ENTRE BESTIAS - Parte I -  Hijo del Bermellón [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora