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- Por si fuera poco, - continuó el hombre - los inductores gratuitos incluyen propaganda subliminal que envían mensajes de publicidad directo a tu cerebro, las 24 horas al día, sin interrupción. Tus sueños, dentro de poco, serán tandas comerciales.

Malcom no reaccionaba. No podía. Acababa de entender lo que había dicho Cole. Comprendió que justo cuando le parecía que había completado su entrenamiento de autocontrol y meditación, cuando había logrado el dominio de sí mismo, todo el avance que había alcanzado, con inquebrantable esfuerzo y paciencia infinita, y en las peores condiciones posibles, ahora que había superado la prueba final, la mayor de todas, su recompensa se había perdido. Ahora, sin ninguna culpa suya de por medio, tenía que volver a empezar. Absolutamente desde cero.

Malcom sintió como si sus entrañas se enfriaban y perdía las fuerzas. Luego, una agobiante sensación de frustración se apoderaba de él, tensaba su quijada, sobre poblaba su cerebro y le dificultaba respirar. Bastones de defensa personal Ramer, ¡90000 volts no se equivocan! Sintió que toda la injusticia del mundo había recaído sobre él, que no se merecía esto que le sucedía. Sintió que ésta era la gota que colmaba el vaso. Se sintió superado. Por primera vez en años sintió que la opresión que crecía en su pecho era demasiado para retener y en cualquier momento se pondría a llorar. Había trabajado tanto y durante tanto tiempo, y ahora todo el esfuerzo valía de nada. De pronto, cayó en la cuenta de que probablemente su inductor era en gran parte responsable de su contraproducente estado de ánimo y que alterarse no le estaba ayudando. Trató de relajarse y recuperar el control. Funcionó, un poco.

- Si te preguntas que hay respecto de mí, - dijo Cole - comenzaría por destacar que la mayoría de los habitantes de aquí no los necesitan: rara vez dominan sus emociones y a menudo compran todo lo que ven para sentirse mejor, casi como si les gustase ser idiotas. Por otra parte, yo no he dado motivos para la instalación de ninguno hasta ahora. Lo cual se logra disminuyendo el pensamiento analítico cuando estas en lugares públicos. Así burlas los detectores de ondas cerebrales.

El hombre viejo notó que captó el interés del joven, pero este no respondió nada. En lugar de eso se preguntaba como sabía Cole que a él se le había practicado una hemiplastía. Luego, el hombre volvió a ponerse serio.

- No es posible retirar los dispositivos, - dijo Cole - si detectan intenciones de retiro, electrocutan el cerebro y se obtiene una lobotomía instantánea.

Nuevamente, Malcom sintió como si se enfriaban sus entrañas.

- Pero hay una manera alternativa, - dijo el hombre mirando al joven y cerrando un ojo - siempre la hay.

Malcom se sintió estúpidamente feliz.

- Se logra - dijo Cole - usando meditación y otros métodos de adiestramiento mental.

Malcom recordó las palabras de su madre. Cole le recordaba mucho a su madre.

- Debes, - continuó Cole de manera casi inconsciente - prestarle atención a tus emociones en la medida de que te favorecen. En la medida que te son útiles. No dejar que te dominen, sino tú dominarlos a ellos.

Malcom no dijo nada, estaba luchando por disminuir el nudo en su garganta y tragárselo. Estaba abrumado por la emoción que le provocaba parecer estar escuchando a su madre en frente de él. Echaba mucho de menos a su familia, le parecía una eternidad desde que se habían visto, y se preocupaba por su actual estado. No sabía si estaban muertos o algo peor, no sabía nada de ellos, pero ya se estaba cansando de tener ganas de llorar y de estar permanentemente emocionado por algo. Se gastaba mucha energía en ello.

- Antes de seguir tus emociones, - terminaba Cole - pregúntate si ello te conviene. Te darás cuenta que rara vez trabajan para tu beneficio, sino para el propio. Quienes saben explotar esto, enriquecen el área de sus vidas que eligen enriquecer. Quienes no saben controlarlos, se esclavizan.

Luego de la pena, Malcom sintió una alegría inmensa. Luego se dio cuenta de que estaba demasiado alegre. Decidió calmarse un poco. Cole puso delante de Malcom lo que definitivamente parecía ser el plato más rico de verduras salteadas a la mantequilla, pimienta y una especia desconocida para él que jamás probaría en su vida. Que mi madre me perdone, pensó, esto está mucho mejor que su cocina.

- Vamos, - dijo Cole con una sonrisa - tenemos que comer esto, por malo que sea, antes de que se enfríe, que después sí que se pone incomible. Si no te molesta, pondré el Juego de Jai Alai con volumen bajo, es el juego más civilizado que tenemos y trato de adivinar los resultados del torneo.

Malcom miró el televisor y recordó los juegos de rugby de Rhor, pero allá se practicaba con finalidad de desarrollar carácter y auto control. Este juego, en cambio, parecía sólo tener la intención de herir al oponente. Durante la cena, Cole observaba a Malcom con una sonrisa. El chico hablaba muy elocuentemente y tenía buenos modales en la mesa, a pesar del hambre. Uñas cortas, dentadura completa. Marcas de una buena cuna. Además era muy valiente y autosuficiente. Marcas de disciplina. Y no intentó vengarse de sus asaltantes. Marca de nobleza. Si no es hijo de un mandatario, pensó Cole, debería serlo.

- Muchas gracias, - dijo el joven con una sonrisa cuando terminó su plato – estaba realmente delicioso.

- De nada, ha sido un gusto - asintió Cole, dando por resuelta su duda, luego preguntó - ¿te gustaría servirte un poco más?

- No, muchas gracias – mintió Malcom, mientras negaba con la cabeza. Habría podido comerse un huerto completo y media vaca.

- Pues yo sí comeré más - afirmó Cole compasivo - y sería muy amable de tu parte si me acompañas.

Malcom sonrió al percatarse de que su mentira había sido descubierta y asintió con la cabeza.


ENTRE BESTIAS - Parte I -  Hijo del Bermellón [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora