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Todos ingresaron por una pequeña puerta hacia una bodega de tamaño mediano donde otra puerta los esperaba en la pared contraria. La puerta daba hacia un pasillo, doblaron hacia la izquierda, avanzaron, luego hacia la derecha, siguieron avanzando, luego izquierda, derecha, derecha. Malcom recordó el la base de los Milicianos y Gran Palacio de la Suprema Justicia y lo mal que le había ido en ambos lugares.

Tranquilo, pensó, no puedes fallar tres veces seguidas.

De pronto, llegaron al Gran Salón y Malcom quedó atónito ante la visión que le aguardaba. Un enorme salón de proporciones absolutamente desproporcionadas. En realidad parecía una enorme catedral. Revestido en mármol, poseía columnas que separaban la nave central de las naves laterales. Desde el techo colgaban sendos candelabros dorados que tenían cientos de piezas de cristal. Enormes ventanales dejaban ver jardines exteriores que se extendían hasta donde la vista podía distinguir o parecían hacerlo.

Pero cuando Malcom reparó en los asistentes, quedó atónito por segunda vez. Contempló a su alrededor una especie orgia sin límites, con derroche absurdo de placeres, ejecutado por seres sin mente, ebrios de indulgencias y dopados en el presente. Había quienes llenaban una copa para beber un sorbo y luego tirar la copa, "no hay nada como el primer sorbo" decían entre ellos. Otros tenían un trozo de torta la mascaban y luego la tiraban para pedir otra igual, "no hay nada como el primer bocado" decían. Otros eran tan incapaces que se limitaban a mirar lo que hacían los demás y aplaudir, algunos idiotas intentaban fornicar una mesa. Malcom se enfocó en su misión y buscó al Payaso. Lo encontró justo donde Cole le había dicho. Sobre una plataforma ovalada, con una cerca y acceso custodiado: el Ovalo Principal.

El Payaso tenía una contextura delgada ligeramente más alto que el propio Malcom. Tenía el pelo amarillo, erizado y echado hacia atrás, como si se hubiese peinado con un secador de pelo gigante. Su piel era de un blanco fantasmagórico, parecía que no se había expuesto al sol en años y, tal como había predicho Cole, su rostro mantenía una expresión casi invariable. Debajo de su respingada nariz, siempre había una especie de sonrisa forzada que mostraba sus dientes continuamente. De hecho, hablaba entre dientes la mayoría del tiempo, a menos de que se encontrase dando un discurso terriblemente exaltado. Sus ojos mantenían una mirada de locura indescifrable, mezcla del control que aún mantenía sobre sus cejas y de su casi nulo parpadeo. Nadie sabía su nombre verdadero, se decía que ni él mismo lo recordaba. Vestía un traje de color rojo anaranjado, una camisa blanca con rayas, una corbata que cambiaba de colores estridentes según el ángulo desde el cual se le miraba y zapatos blancos que eran evidentemente más grandes que su talla.

 Vestía un traje de color rojo anaranjado, una camisa blanca con rayas, una corbata que cambiaba de colores estridentes según el ángulo desde el cual se le miraba y zapatos blancos que eran evidentemente más grandes que su talla

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Malcom identificó de inmediato al encargado de atender al Payaso y sus invitados cercanos. Era un chico delgado, pálido, que lucía con orgullo la cicatriz de su intervención hemiplástica, de contextura baja, no sería ningún problema para él. Observó cómo el chico entregaba vasos y copas llenas, y recaudaba vasos y copas vacías desde las mesas cercanas. Luego se dirigía a la cocina del salón, ingresaba por el lado derecho de las puertas batientes de la cocina, se reabastecía y volvía al salón por el lado izquierdo de las puertas batientes, en un ciclo que se repetía una y otra vez.

- Esto será demasiado fácil, - murmuró, y recordó alguna de las bromas que Scott y él se gastaban mutuamente.

Esperó hasta observar que el chico comenzaba su carrera hacia la cocina y se adelantó a él, entrando Malcom a la cocina primero. Dejó su bandeja de copas vacías y caminó lentamente hacia el mesón repleto de bandejas de copas llenas, mientras observaba de reojo la puerta de la cocina. Cuando observó que el chico entró por la puerta y realizó las mismas acciones que había realizado él anteriormente, Malcom tomó su bandeja de copas llenas y se apresuró en pasar por las puertas batientes de vuelta al salón. Una vez al otro lado, dejó su bandeja sobre una mesa, se agazapó justo frente a la puerta batiente simulando estar abrochando los cordones de sus zapatos y esperó el golpe con una leve sonrisa en los labios. Cuando sintió cómo el chico chocaba contra la puerta y se tumbaba con la bandeja encima, borró su sonrisa y entró por la puerta con expresión preocupada.

- ¿Qué pasó? - preguntó cínico, mientras sujetaba la cabeza del chico - ¿estás bien amigo?

El chico tendido en el suelo, con el uniforme empapado de tragos diversos, le devolvió una mirada perdida.

- ¿Qué diablos? - un grito conocido pareció salir de la nada - ¿¡Qué diablos?! ¿¡Qué diablos?! ¿¡Qué diablos?!

- Señor - interrumpió Malcom levantándose y soltando la cabeza del chico que rebotó en el suelo, mientras levantaba las manos para captar la atención del hombre calvo que parecía estar perdiendo la razón ahí mismo - creo que puedo ayudar. Tengo un implante neuronal ¿ve? Puedo servir al Payaso hasta que este chico se recupere.

Mostró su cicatriz con una mano y zamarreó juguetonamente la cabeza del chico que estaba en el suelo y parecía a punta de vomitar. El hombre calvo levantó una ceja.

- Tú, - dijo con una mirada sospechosa - eres el chico que estaba afuera.

Malcom no supo que decir ante eso, así que se limitó a sonreír de vuelta.

- Entonces - continuó el hombre calvo con una mirada incrédula - por fin la suerte me está dando un respiro. ¡Vamos chico coge una bandeja y vamos hasta los guardias del endiablado Payaso!

Tomó a Malcom de un brazo y lo guio por el salón mientras le hablaba al oído.

- Escucha niño, al Payaso no le gustan las payasadas y es todo para el pueblo pero sin el pueblo, ¿me entiendes? No te dirijas a él con ninguna pregunta estúpida ni idea loca.

- No, - confirmó Malcom - de ninguna manera.

- No le preguntes si desea más, simplemente llévale más, y no se lo ofrezcas, simplemente párate dentro de su ángulo visual y, si observas un gesto te acercas.

- Entendido, no molestarlo.

- Exacto, si la pifias tendré tus testículos.

- Sí, mis testículos.

- Vamos, hora del espectáculo.

Ambos se acercaron a los guardias del Payaso y el hombre calvo comenzó a explicarles el cambio en los planes.

- Amigos, - comenzó nervioso - hemos tenido un percance con la servidumbre que estaba atendiendo las necesidades de su Realeza Payasística.

Los enormes guardias miraron seriamente al hombre calvo quien continuó nervioso su extraña explicación.

- El muy idiota está tirado en el piso Jajá - dijo el hombre calvo - pero qué diablos, lo bueno es que tengo a otro idiota y es menos proclive a los accidentes jeje. ¡Y miren! Tiene el inductor y todo.

Los guardias acercaron algo que parecía una enorme pistola a la cabeza de Malcom quien se puso un poco nervioso. La pistola emitió varios sonidos y una luz verde.

- Tu inductor ha sido reprogramado - dijo un guardia secamente - si atacas a su Alteza, te freirá el cerebro. Pase.

- Eso resultó bien, - dijo el hombre calvo - la máquina o te acepta o te vuela la cabeza. Recuerda lo que te dije, nada de idioteces.

- Sí, - respondió Malcom ingresando al círculo del Payaso - nada de idioteces.

Malcom caminó hasta a una mesa, dejo la bandeja con copas llenas, luego caminó directo hasta el Payaso y se plantó frente a él.

- Su Alteza, soy Malcom Strongchild, hijo de Robin Strongchild. Traigo una súplica de ayuda desde Rhor. Hemos sido atacados por las Bestias de las Montañas. Llevamos semanas atrapados en la ciudadela y lo único que nos puede salvar a tiempo es vuestra maquinaria de guerra. Necesitamos desesperadamente que la Ciudad nos ayude o cientos de familias perecerán.

- ¡Testículos! - dijo el hombre calvo - tendré sus testículos y el Payaso tendrá los míos.


ENTRE BESTIAS - Parte I -  Hijo del Bermellón [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora