Prólogo

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Si había algo que Valentine Morgenstern no podía negar era que su esposa, Jocelyn, vivía en una hermosa casa de campo. Había tardado cinco años en encontrarla y, con ella, a la Copa Mortal. 

Valentine vigilaba la vivienda intentando no perder ni el más mínimo detalle. Su hijo, Jonathan, observaba desde una rama alta el panorama que había ante él. El niño no tenía ningún interés en encontrar a su madre pues, ella le había abandonado siendo un bebé. Su padre, sin embargo, había estado removiendo cielo y tierra para poder dar con ella ya que la deseaba de vuelta más que a nada en este mundo.

Tras varias horas de supervisar decidió que ya era hora de entrar en acción y traer a su mujer consigo y su hijo. Jonathan bajó del árbol con una agilidad sorprendente. Miró a su padre quien le explicó lo básico del plan y ambos, camuflados por las sombras de la noche, caminaron con seguridad hacia la casa.

Escalaron hasta una ventana de la segunda planta, ya que era la única que se encontraba abierta, y entraron a un cuarto que estaba sumido en una completa oscuridad. Valentine sacó, de uno de los numerosos bolsillos de su cinturón de armas, su piedra de luz y observó todo con detenimiento. El cuarto era muy amplio. Estaba lleno de lienzos con hermosas pinturas colgadas en las paredes y, entre los huecos que habían entre ellos, habían frescos que simulaban árboles de cerezo. También pudo ver un armario de madera de cedro en la esquina del cuarto y justo a su lado un espejo, un escritorio amplio repleto de materiales artísticos, con una silla, en la otra punta de la habitación y, esparcidas por toda ella, más de quince estanterías repletas de libros. Jonathan, al igual que su padre, miraba todos y cada uno de los detalles de allí pero él no quedó maravillado por el esplendor artístico, él estaba atento al leve sonido de una respiración que provenía de una de las sombras del habitáculo.

—Padre, ¿oyes eso?— preguntó el niño mirando en dirección a la sombra.

—¿El qué, Jonathan?

—Una respiración, padre. Proviene de ahí— dijo señalando el origen.

Valentine movió el brazo en el que tenía la piedra de luz hacia el lugar que había indicado su primogénito. Tanto él como el pequeño se quedaron atónitos ante la escena que tenían frente a sus ojos. Justo allí, sobre una cama de estilo princesa azul y blanca, había una pequeña niña durmiendo. Él se acercó lentamente y, una vez había llegado, se acuclilló y fijo su vista en el cabello de la pequeña. Era rojo, la inconfundible marca de los Fairchild.

Una Pequeña MorgensternDonde viven las historias. Descúbrelo ahora