Capítulo 13

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Uno, dos, tres... Diez... Treinta... Cincuenta... Ochenta... Cien. Cien veces la espalda de Jonathan había sido tocada por aquel látigo. Su padre le había castigado por dos motivos. El primero era el más evidente: le había llevado a su hermana el cuaderno de dibujo; cierto es que aquello había dado una importante pista a Valentine, pero eso no justificaba que él le hubiera desobedecido. Y el segundo, era algo que a Valentine le había molestado de un forma distinta: que cogiera a su pequeño ángel de esa manera, dejándole marcas en la mano por la fuerza que le había hecho a ella.

Jonathan, por otro lado, no había derramado ni una sola lágrima. En cuanto decidió tomar el cuaderno de su hermana, supo a las consecuencias a las que se atenía. Aún así, él no pensó que aquello había sido un error. La sonrisa de su hermana se repetía constantemente en su cabeza al igual que las palabras que dijo. El chico Morgenstern solo se arrepentía de una cosa: de haberle hecho daño; Jonathan pensaba que los latigazos dados por ello estaban bien merecidos.

—Jonathan, ve a ducharte y a cambiarte. Tengo que deciros algo muy importante a tu hermana y a ti. Tienes veinte
minutos.

Tras aquellas palabras dejó a su hijo allí, sin molestarse en echarle un vistazo.

***

Clary estaba sentada en un pequeño sofá dibujando cuando notó la presencia de alguien a su lado.

—¿Qué pasa Jonathan— preguntó sin mover los ojos de su pequeña obra—?

—¿Cómo sabes mi nombre — dijo una voz desconocida—?

Clary giró su cabeza sorprendiéndose al encontrarse con un niño. Un niño rubio de ojos dorados y algo mayor que ella.

—¿Quién eres tú—dijo confundida—?

—Soy Jonathan— contestó engreído—, ¿y tú?

—Clarissa.

—¡Clarissa— gritó su hermano—!

—¿Si?

—No hables con él— le ordenó.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Solo ven aquí— volvió a ordenarle.

Clary se acercó a él y este, posesivamente, la atrajo hacia sí. El otro chico le miraba divertido.
—¿Y tú quien eres— preguntó el Chico Ángel—?

—Veo que ya os habéis conocido —interrumpió Valentine—. Mis tres hijos al fin juntos.

—¿Tres hijos— dijo Clary—?

—Él no es mi hijo de sangre, lo adopté al nacer.

—Pero ambos se llaman igual...

—Fácil, llámame Jace.

Jonathan escudriñó al chico. Se dio cuenta de que él miraba a su hermana fijamente. Eso no le gustaba. No le gustaba nada. Fulminó a Jace al instante. Su hermana era suya, no de él. Ella era su hermana. Su sangre. Ella también era una Morgenstern y el Chico Ángel no.

Una Pequeña MorgensternDonde viven las historias. Descúbrelo ahora