Capítulo 35

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Clary seguía dormida cuando el sonido de pisadas se iba acercando a la casa. Jace colocó la cabeza de la pelirroja con cuidado en el cojín del sofá y fue hacia la ventana a mirar. Eran los cuatro mismos hombres de los que habían huido.

— Aquí no hay nada- dijo uno de ellos bajando de su caballo.

—La runa de rastreo nos ha traído aquí así que deben de estar cerca.

— ¿Cerca, dónde? Por esta zona solo hay árboles. El único sitio donde podrían estar escondidos sería entre las ramas de estos y no podemos comprobar todos y cada uno de los árboles. Además, eran unos críos. Probablemente solo se hayan asustado de vernos y por eso han huido.

—Chicos, fijaos bien en la zona, ¿no sentís nada raro?

—No.

—Es como si hubiera una especie de barrera justo aquí- comentó tocando el aire.

—¿Una barrera? Ahí no hay nada, además los glamoures de los brujos no tienen tanta intensidad en Idris. Si hubiera una especie de barrera esta se hubiera disuelto ante nuestros ojos.

Jace se alejó de la ventana y fue a despertar a Clary. No había tiempo que perder. Era cierto que en Idris los glamoures no tenían la fuerza suficiente para adherirse por un tiempo prolongado. Si no salían ya, los acabarían cogiendo. Zarandeó a la niña provocando que se despertara sobresaltada. Aturdida miró hacia todas las direcciones intentando descifrar en donde estaba hasta que su mente le hizo recordar. Se levantó del sofá y miró a Jace comunicándose con él. Entendió a la perfección que aquellos hombres se encontraban ahí. El crujir de la madera les alertó por lo que decidieron esconderse en diferentes sitios. Jace tras un enorme espejo de pie y Clary dentro del enorme reloj de madera. Dibujó con su estela una runa para mantener la pequeña puerta cerrada y no sospecharan que podría estar ahí.

—Os dije que había un glamour.

—El que lo ha hecho ha de ser muy poderoso para no haber sido capaces de ver a través de él.

Los pasos resonaban por la desvencijada cabaña. Los niños prácticamente mantenían la respiración. Clary no quería pensar en que estaba en un espacio pequeño y cerrado. No quería pensar en qué era lo que estaba subiendo por su pierna a pesar de notar las ocho patas. Solo esperaba que no fuera una tarántula.

— Aquí no hay nadie.

—En el establo hay dos caballos por lo que o están muy bien escondidos o han huido hace poco y no han tenido tiempo de coger a los caballos.

—Revisad cada recoveco del lugar. Si ellos hubieran escapado los hubiéramos visto. Son niños, no pueden correr más rápido que nosotros.

Los pasos empezaron a oírse más cerca del escondite de Clary. La pequeña respiró hondo intentando no pensar en que estaban a punto de encontrarla y en la araña que subía hacia su cuello. Todo saldría bien. Un fuerte movimiento la hizo estremecerse, la araña había caído de nuevo a sus pies. Sintió el olor de la madera quemándose levemente y supo que estaban dibujando una runa de apertura. Clary sabía que lo que iba a hacer a continuación la metería en problemas con su padre, pero no había otra forma. Clavó la punta de la afilada estela haciéndose varios cortes en las piernas y los brazos. Bajó un par de centímetros sus pantalones trazando una marca única y nueva en el mundo. Con ella podría hacer creer lo que quisiera a quien ella quisiera.
La pequeña puerta fue finalmente abierta. El hombre jadeó del asombro y cogió a la pelirroja con delicadeza. Se veía golpeada, cortada e inconsciente. ¿Quién demonios habría hecho aquello a una pobre niña?

Una Pequeña MorgensternDonde viven las historias. Descúbrelo ahora