8. Sonrisas

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—Hola Charlotte —escuché una voz femenina al otro lado del teléfono.

—¡Hola Martha! —exclamé entusiasmada—. ¿A que no sabes qué me pasó anoche?

—¿Además de estar a punto de morir a manos de un psicópata?

—Además de eso... Vamos, adivina.

—No me lo digas, te tocó la lotería —rio alegre mi amiga.

—Frío, frío —incité a Martha a seguir con el juego.

—No sé, tía. ¿Te pusiste a trabajar en casa y descubriste la cuadratura del círculo?

—No, mucho mejor que eso— dije en tono caprichoso.

—No puede ser nada mejor que eso. Estás obsesionada con tu trabajo. ¡Vamos Charlotte, dímelo!

—Conocí a un chico...

—¡Vaya con la mosquita muerta! —exclamó divertida Martha—. ¿Pero tú no te fuiste a casa cuando nos despedimos?

—Me iba, pero sucedió algo. ¿A que no adivinas a quién conocí?

—¡A John Bon Jovi!

—¡Casi lo aciertas! No fue a él, pero también se llamaba John. ¿Te acuerdas del tío que nos salvó la vida?

—¡No jodas! ¿Al Superman? —Martha estaba sorprendida.

—Pues sí. Y acaba de irse de casa.

—¿Que tú, Charlotte, la mojigata, te has...?

—Sí Martha. Soy así golfa —le confesé muy animada. Me sentía de maravilla, pero sabía que mis amigas no podrían creerse que me había acostado con un hombre la misma noche de conocerlo.

—¡No me lo puedo creer! —confirmó mis sospechas—, ¡la monja con el súper hombre, cómo me alegro! Y además era un tío muy atractivo y tú eres preciosa.

—¡Me encantó! Fue una absoluta casualidad. Resulta que me lo encontré cerca de mi coche intentando arreglar el suyo que no arrancaba —comencé a explicar—. Cuando me quise dar cuenta estábamos tomando otra copa y otra más... ¡Es súper encantador, tía! Y está como un queso de rico. —Mis risas se desbordaron.

—¡Te lo he dicho mil veces! Tienes que conocer hombres. Desde que lo dejaste con aquel..., ¿Swarovsky?

—¡Szczesny capulla! —Aquel había sido mi primer y único novio, y mis amigas siempre lo llamaban Swarovsky para bromear y dada su limitación neuronal para recordar o mucho menos pronunciar su nombre.

—Ese mismo impronunciable, sí. Me alegro mucho, ¡muchísimo Charlotte! ¿Y dices que se acaba de ir de tu casa?

—Sí —dije un poco avergonzada—. Es todo un caballero, un hombre genial, maravilloso.

—Todo un caballero que se ha metido en la cama contigo, ¿eh? —bromeó Martha divertida.

—Son cosas que pasan, tía. Necesitaba un protector y alguien que me hiciera el desayuno. ¿Sabes? Tenemos muchísimas cosas en común y además es...

—No me lo digas. ¡Un león! —interrumpió Martha.

—¡Uf, me duele todo el cuerpo! —confesé mientras recordaba por un segundo el motivo de mis molestias físicas.

—¡Oye!, ¿tomamos café?

—¡Me encantaría!, voy a llamar a Letty a ver si se apunta y... ¿nos vemos donde siempre?

—Letty tenía hoy una fiesta de esas que organizan sus padres. Ya sabes, una de esas aburridísimas fiestas de la alta sociedad, pero prueba a ver. Yo creo que querer escuchar en directo tus confesiones de cama con ese macizo sería la excusa perfecta para que no vaya.

Renasci - La forja de una espíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora