Con la sonrisa todavía en la cara, comencé a recoger la casa. El apartamento donde vivía no era grande. Una de las habitaciones era el dormitorio y la otra hacía las veces de despacho. Una mesa, un ordenador de sobremesa y otro portátil era todo lo que requería para trabajar. Esas dos habitaciones eran más que suficiente para una mujer soltera sin cargas familiares y que, además, no recibía apenas visitas. Completaban el apartamento el cuarto de baño que disponía de bañera, aunque rara vez me daba baño relajante, una pequeña cocina y un saloncito con los muebles justos. La mayor inversión en mobiliario la había hecho con un gran sofá, que aprovechaba también para dormir ligeras siestas y un gran televisor de 55" que utilizaba, casi en exclusiva, para ver alguna serie y películas de las lacrimógenas los sábados y domingos que me quedaba en casa sin planes.
Mientras recorría la vivienda, seguí soñando con lo sucedido. Al entrar en la habitación recordé una noche que podría calificarse de loca y apoteósica. Aquel hombre, sin duda, había dejado una impronta en la casa. La estancia todavía se encontraba perfumada de un característico aroma de cuerpos que han retozado al abrigo de una cama todavía deshecha y revuelta. Hacía apenas dos horas que John se había ido, no sin la promesa de retorno. Su teléfono había quedado anotado en un papelito junto a la rosa que me regaló la noche anterior. Al parecer debía hacer un viaje y al volver me llamaría, aunque ya lo echaba de menos.
—Eres tonta Charlotte —dije para mí mientras estiraba las sábanas, únicas testigos de lo sucedido.
Hice un repaso a mi escasa vida amorosa, que además no era nada intensa. A la edad de 24 años y tras mi estancia en Holanda, donde disfruté de un período de aprendizaje gracias a una beca, acepté una oferta de trabajo en el país donde me había criado tras la muerte de mis padres, Polonia. Fue una oportunidad de oro para volver a Varsovia junto a mis tíos. Me habían cuidado desde la muerte de mis padres y ya iban siendo mayores. No me lo pensé ni un segundo. Me había especializado en ingeniería eólica y fui contratada como ayudante de dirección de proyectos de una empresa dedicada al desarrollo sostenible de energías renovables. Yo entonces era una soñadora, aunque todavía ahora seguía siéndolo.
Fue entonces cuando me enamoré de un compañero de trabajo. Él llamaba Szczesny Budny, que en polaco venía a significar "el afortunado que habita en una choza". El nombre le venía al pelo. Era un hombre delgado y moreno, de un metro ochenta, algo más alto que yo. Tenía unos ojos grises que me quemaban bajo su influjo y con él descubrí el amor y los placeres más carnales de la vida. Aprendí de él tanto como pude y en especial el respeto por el prójimo y por la naturaleza y el mundo que me rodeaba. Nuestra historia estuvo llena de dulces momentos de contemplación en la casita de madera que vivíamos a orillas del río Vístula, a las afueras de Varsovia. Después de algo menos de un año, me mudé a Londres para incorporarme al trabajo que debía ser la realización de mis sueños: directora de grandes proyectos de investigación en ingeniería civil. Con apenas veinticinco años, era un sueño hecho realidad. Mi novio nunca se opuso a mi futuro, entendía que la vida se vive una sola vez y mi destino estaba ligado a mi trabajo. Él era demasiado libre y respetuoso como para intentar atarme a su lado y yo demasiado ambiciosa como para haberlo permitido. Fue así como perdimos el contacto.
Szczesny era un chico distinto a lo habitual, muy jovial, alegre e implicado siempre en todo tipo de protestas sociales. Me enamoré por completo de su vitalidad y con él viví una historia de pasión y amor verdadero, mi primer e inolvidable amor. Las pasiones fueron intensas, como lo fueron también las carreras por las calles para escapar de la policía. Arrastrada por mi chico y por mis propias ideas políticas y sociales, cometí junto a sus amigos alguna acción no violenta como pintadas ecologistas en alguna de las muchas industrias dedicadas a la tecnología. Sabíamos que esas empresas usaban productos nocivos en sus procesos de fabricación y eso solo podía acabar con más contaminación en nuestro querido planeta. Bajo el paraguas de Otwarte Klatki, una asociación animalista polaca, también cometimos acciones de sabotaje en granjas de las dedicadas a la cría de visones que se encontraban diseminadas a las afueras de Varsovia.
Tras unos meses en Londres a pleno rendimiento en mi puesto de trabajo, conocí a otro chico, Julien, un francés adinerado con el que mantuve un bello romance durante unos meses. Fue bonito mientras duró, pero esta vez fue Julien quien, por su trabajo, acabó por viajar a su Francia natal. Donde las dan las toman. He de reconocer que me sentí muy sola y algo deprimida durante un par de semanas, pero pronto recuperé mi vitalidad habitual y, desde entonces, me había centrado en mi trabajo y en mis amigas.
Desde entonces, apenas había tenido roce con hombres. No me sentía cómoda cuando se trataba de entablar relaciones personales con el sexo masculino y, de hecho, me llegué a plantear en alguna ocasión si es que yo era una chica demasiado rara.
Y entonces, tras mucho tiempo de sequía amorosa y azarosa, había aparecido John. Solo una noche. No sé si fue el alcohol o las tensiones, el reflejo en él de un hombre protector o el de un padre del que carecí desde la juventud. No sé si fue por su boca de miel o su tranquilidad, su sentido del humor o su humildad, la seguridad que emanaba o su autocontrol. Sus ojos oscuros y profundos, sabios y experimentados, habían causado en mí una especie de síncope del que ahora comenzaba a recuperarme. Una sola noche y un teléfono. Una promesa de reencuentro y ya temblaba solo con pensar que volvería a poseerme. Y yo a él.
Un mensaje de WhatsApp sonó en mi teléfono. Mi corazón dio un vuelco, ¿Y si era él?
—¿Qué dices? Me lo tienes que contar todo. Nos vemos allí. —El mensaje de Letty me despertó de mi ensoñación. Tenía una cita, esta vez con mis amigas. Quería saltar de alegría.
Tras media hora frente a la pantalla del ordenador reorganizando carpetas del trabajo, leyendo y contestando correos y organizando la agenda de la semana siguiente, me arreglé y salí a la calle.
Mi vida no volvió nunca a ser la misma.
He pensado que alguien de vosotr@s podría sugerirme música. Me encantaría poner la música al principio de cada capítulo y lo haré en función de la temática del capítulo. ¿Os parece buena idea?
Si os apetece participar y queréis ponerle música a cualquiera de los capítulos de aquí en adelante (y hacia atrás), estaré encantado de escuchar sugerencias...
Gracias por estar aquí y por leer, votar, comentar, reír, cantar, soñar y comer sándwiches de dragón día sí y día también. Sois todos bienvenidos a la fiesta. ¡Que suene la música!
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Renasci - La forja de una espía
AksiLa sombra de un poder inimaginable se cierne sobre el planeta. El mundo tal y como lo conocemos, está próximo a su final. La Agencia ha recibido el encargo de evitarlo y le queda una última oportunidad para detener lo que está por venir. Para lo...