72. Huída

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Aquellos minutos que pasaron me habían parecido segundos. Mis manos no dejaron de teclear, introduciendo errores en las coordenadas, a veces intencionados, otras por la tensión; revisando y volviendo a teclear torpemente los comandos en la consola.

—¡Por fin! —gritó triunfal Kauffmann.

El tiempo transcurría a distintas velocidades según el observador. En la subjetividad de mi mente, lo que para él había sido eterno, a mí se me antojaba una fracción de segundo. Jamás había pensado que se tardase tan poco en introducir cincuenta pares de coordenadas. Maldije a Einstein y su teoría de la relatividad.

—¿Cuáles son todos esos objetivos? —preguntó Szczesny.

—Querido amigo, en ese mapa tienes las principales agencias de inteligencia del mundo. Cuando hayamos acabado con sus sistemas, tendremos libertad total para alcanzar nuestros objetivos. Ya nadie se interpondrá en nuestro camino —explicó Kauffmann.

—¡Es una gran idea! -El tono de ilusión de Szczesny daba pena.

Kauffmann observó a Budny con aire soberbio. Se sentía superior y todopoderoso. Probablemente era un hombre inteligente, pero su ego estaba por encima de cualquier cosa. Sin duda, era el más peligroso de todos los que yo había conocido.

—La fabricación de drones está siendo un éxito. Producimos casi doscientos al día y pronto estaremos preparados para dar el golpe de gracia. Pero de momento hemos de preocuparnos de nuestros enemigos —dijo señalando las grandes pantallas en las que se reproducía el ataque de drones en Toronto.

—¡Algo va mal, Ernest! —exclamó Sanders cuando levantó la vista para observar las pantallas.

La consola de ANE que controlaba el primero de los ataques mostraba un mensaje superpuesto parpadeante: "ERROR DE ENLACE". Kauffmann abandonó de prisa su puesto para ir a teclear a la otra consola.

—Estos cabrones han debido eliminar las antenas. Hemos perdido las comunicaciones con los drones —dijo Kauffmann claramente turbado—. No importa, el ataque está ya definido y tus juguetitos harán el resto del trabajo para el que fueron diseñados sin ninguna ayuda —dijo mirándome.

Pensé que aquello era la salvación. Miré con satisfacción a la segunda consola de ANE. Si no podía transmitir la orden de inicio, el ataque no se iba a producir jamás. La Agencia había llegado a tiempo y una sensación de calma en mitad de una tormenta, se apoderó de mí en un instante. Mi misión había concluido.

—No Charlotte —rio Kauffmann observando mi cara triunfal—. Eso que estás pensando no va a ocurrir. Sabía que no podía confiar en ti, tu cara lo dice todo.

—¿Mi cara? ¿Qué cara? —Mi expresión de victoria se borró al instante de mi rostro y la sustituyó una de pánico. Las emociones me habían traicionado.

—Las antenas de ahí fuera —dijo Kauffmann sonriente mientras señalaba hacia el techo del búnker—, no son más que para dirigir este ataque. Las instrucciones al resto de los drones se transmitirán por la red hasta La Fuente. Allí está el supercomputador que dirigirá este y los siguientes ataques de ANE. A buen recaudo de tus amiguitos de Summa Omnium. Podríamos morir todos ahora mismo y nuestro ataque se produciría igual. ¿Pensabas que ANE estaría aquí? —Su risa no hizo sino aumentar mis temores—. ¡Quítate de en medio!

Kauffmann me apartó de un empujón para hacerse con el mando de la consola en la que, dos mil quinientos drones esperaban instrucciones. Tenía los ojos inyectados en sangre, estaba fuera de sí y por sus venas corría la adrenalina como un torrente. Nada frenaría a ese hombre si yo no lo conseguía. Tal vez si conseguía acercarme lo suficiente al enchufe como para tirar de él sería suficiente para ganar tiempo.

Renasci - La forja de una espíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora