25. ¿Libre?

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Al salir de la sala en la que había estado confinada durante más de veinticuatro horas, accedimos al mismo pasillo por el que había entrado con el detective Samson. A mi derecha, al fondo, estaba la salida al aparcamiento. Julius Grant me pidió que le acompañara al final del pasillo, así que nos encaminamos a la izquierda, tampoco tenía energías para decirle que no. A ambos lados volví a ver las puertas por las que había pasado anteriormente. Odié con todas mis energías aquel lugar, a la Scotland Yard y a todo lo que oliese a policía. Por su culpa, mi vida se había roto y mi amiga estaba muerta.

Mientras caminaba pensé en las palabras que acababa de decirme aquel hombre.

— A veces las cosas no son lo que parecen —me había dicho. Sus palabras eran crípticas, pero deduje que por fin iba a poder conocer el motivo de la muerte de Letty. Nada más lejos de la realidad...

La puerta del fondo nos llevó a una pequeña antesala con un ascensor. No nos cruzamos a nadie por el camino.

—Señor Grant... —le dije—, si ya sabe que no soy una terrorista, quiero un abogado, por favor. Ya le dije al detective Samson que...

—Le ruego que me llame Julius —me interrumpió—, no necesita un abogado, déjeme que vayamos a un lugar tranquilo y que pueda estar cómoda. Debemos hablar de muchas cosas.

—Le aseguro que necesito un abogado señor Grant. —No estaba dispuesta a dejarme engatusar por aquel hombre que intentaba disculpar su propia ineptitud—. Pienso denunciarles a todos, incluido a usted, se lo aseguro. Acudiré a la prensa también, ya se lo aviso —le dije indignada.

Me vi reflejada en el acero de las puertas automáticas del ascensor. Aquella ropa que alguien me había puesto y que después alguien me había cambiado me hacía parecer una presidiaria de Guantánamo pero sin el color naranja. Me sentía completamente humillada.

—Y quiero mi ropa, la quiero ya. Quiero irme de aquí inmediatamente. Usted no puede seguir reteniéndome.

—Acompáñeme. Le daré su ropa inmediatamente, hablaremos si usted quiere. Si no es así, puede irse cuando desee. Es usted libre. Pero antes de irse, debería escuchar lo que he de contarle.

En un gesto de conformidad, le acompañé al interior del ascensor. No tenía botonera. En su lugar solamente había una ranura en la que Grant introdujo una tarjeta y el ascensor se activó.

Al cabo de unos momentos, la puerta se abrió en lo que parecía el salón de una vivienda normal. Los funcionales muebles, claramente, no habían sido elegidos por una mujer. A ambos lados había puertas.

—En la de la izquierda tiene usted su ropa —dijo Grant señalando la puerta—. Puede cambiarse y usar el baño si lo necesita. Si quiere puede tirar la ropa que lleva en la papelera que encontrará ahí mismo. Yo la esperaré aquí. ¿Quiere beber agua o un zumo?

Sin mediar palabra entré en lo que resultó ser un cuarto de baño amplio, en mármol gris. Había una silla y un gran espejo sobre el lavabo. La ducha estaba protegida por una mampara. Mi ropa la encontré colgada de una percha; perfectamente limpia, planchada y enfundada en un plástico de los de lavandería. Debajo de la percha estaban mis botines. También encontré una cajita de Victoria's Secret, en su interior había un conjunto de ropa interior elegante y sencillo. Era de mi talla.

Después de usar el baño me quité aquella horrible ropa que arrojé al cubo de la basura y me miré en el espejo. Estaba horrible, pero no era para menos. Todos los utensilios de aseo personal estaban perfectamente alineados en un lateral, dentro de bolsitas individuales precintadas. Traté de arreglarme un poco el pelo con un cepillo. También me lavé los dientes. Mientras lo hacía, una lágrima se deslizó por mi mejilla. Abrí varios sobrecitos de toallitas húmedas perfumadas y me limpié un poco la cara y las manos, me sentía sucia. Las ojeras tardarían en desaparecer pero eso no me importaba en aquel momento. En la encimera había de todo, incluso una caja que contenía todo tipo de cremas y maquillajes que parecía que nadie había usado nunca. Pude ver las marcas de Channel, Benefit y Too Faced, eran las mismas que yo usaba habitualmente. Aquello era desconcertante. Quería volver a ser yo, segura de mí misma, para volver a la sala donde me esperaba Julius Grant con la mayor dignidad posible, pero no tenía ningunas ganas de maquillarme.

Renasci - La forja de una espíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora